No soy católico practicante ni deísta de postura dogmática, fuí educado de niño en el cristianismo romano; pero, en mi adolescencia me salté muy pronto los límites que imponen los dogmas de fé pasándome al liberalismo ideológico con todas sus consecuencias o lo que es lo mismo: al juicio de rigor en cada momento y en cada circunstancia. En el breve espacio de tiempo que lleva en el aire este blog -que se inició con motivo de la muerte de Orlando Zapata Tamayo en una huelga de hambre que efectuaba como protesta pública contra el régimen castrista en una cárcel cubana- ya suman ocho las muertes en extrañas circunstancias de personas significadas por sus actividades de desacato a los postulados ideológicos de la singular disciplina político-social que impone la satrapía a la población del país.
Oswaldo Payá -no me cabe la menor duda- fue un hombre extraordinario y una persona -concepto cristiano- excelente. Su valor personal trascendía de sus actos y su actuar comedido, en perfecta sintonía con la comunidad religiosa cuya representación asumía le elevó a la consideración de personalidad internacional. Su nombre -lo asumo también- tenía que tener uno de los primeros números en la lista de víctimas propiciatorias de las SS castristas, ahora comandadas por El Deseado, Luis Alberto Rodriguez López, el yernísimo, aparentemente dispuesto a limpiar de piedras el camino antes de oficializar su mandato.
Lo orquestaron todo a la perfección como en la mejor de las películas de gángsters; en principio, con el inefable Ricardo Alarcón en Madrid se pretendía y se logró amortiguar la reacción del gobierno del Partido Popular tradicionalmente muy crítico con el régimen castrista. El momento apropiado lo determinó la lejanía de la capital de la Isla dictada por el lugar en el que se produjo el accidente y lo favorecía la presencia en el coche de extranjeros de paso. Si todos los que viajaban en el vehículo perdían la vida pues, mucho mejor; pero si alguien sobrevivía comenzarían las pesquisas y el proceso, dirigido directamente desde el Palacio de la Revolución que se quedó en el nombre.
No hay un solo cubano en este mundo que se trague esa píldora. Como sucedió en el pasado, el fracaso de los moderados le abre camino al radicalismo, poco a poco, pero lo abre. El final de la tragedia parece estar cada día más próximo..
¡Oswaldo Payá, descanse en paz!