Ahora que Hugo Chávez, en espíritu, se pasea por
las calles de Caracas y aconseja al oido a su sucesor como Jefe del
Gobierno venezolano existe, de facto, la posibilidad de que, por la
brecha abierta, escapen de los Infiernos otros personajes tan
importantes como pudieran serlo: José Stalin, el camarad Mao o el
notablemente eficaz Pol Pot. Y si esto llegara a suceder, nadie
puede alimentar la menor duda acerca de un final inminente para
el Imperialismo Yanqui.
Pero no debemos, los creyentes, echar las campanas al
vuelo, aunque haya quedado abierta la posibilidad, para los
hermanos Castro, de ser devueltos a este Valle de Lágimas tan
pronto pongan pie en tales sitios, con objeto de que puedan así
continuar la obra -destructiva- de la revolución ( aún cuando
Lucifer está tan contento con ellos que prefiere evitarse las
molestias). Porque el Imperialismo Yanqui es porfiado y muy tenaz
en la prosecución de sus objetivos y en este caso se defenderá con
saña y agotará todos los recursos, propio y extraños, de tal
manera que, nadie podrá asombrarse de que, con los Sabios de Sión a
su servicio, consiga traerse a su vez desde el Purgatorio a un buen
piquete en el que pueden hacer filas: el huno Attila, el mongol
Gengis Khan y el ario Adolfo Hitler -por citar sólo algunos de los
presumibles-.
¿Qué pasaría entonces? ¡Estallaría la guerra?
¿Nos llegaría la hora del Armagedón?
La situación, sin lugar a dudas, sería crítica y los
simples mortales que somos – aritmeticamente hablando- los más en
este mundo no dispondríamos en nuestra defensa de otra cosa que la
esperanza que nos dejó el bueno del griego Zeus en el fondo de la
caja de Pandora y las habilidades del Papa Francisco, que para la
mayor gloria de Dios es argentino y como es propio de los que
desempeñan este oficio-nacionalidad ha sabido captar la gravedad de
esta situación y, para conjurarla ha dotado a la Iglesia de un
formidable ejército de exorcistas que entrarán en la pelea contra
los unos y los otros.
¡Conjuro que nos recetan las meigas suevas y bretonas!
Crucemos los dedos, amigos y enemigos, gente de a pie y
creyentes de uniforme, islamistas radicales y moderados, cristianos
de todas las iglesias y congregaciones, mosaicos, budistas,
taoístas, hinduístas y espiritistas; santeros y chamanes;
creyentes, en resumen, de todos los credos y religiones. Porque la
solución pasa por resucitar a Alan Kardec para que revierta el
procedimiento que puso en el conocimiento del hombre. Y oremos,
musulmanes y cristianos, tirios y troyanos, a dúo, para que el
formidable brazo del Arcángel Gabriel, al mando de sus huestes
celestiales, nos aleje del peligro al que, irresponsablemente, nos
ha expuesto el presidente del gobierno venezolano, Su Excelencia
Nicolás Maduro, abriendo esa puerta por la que se trajo de regreso a
Hugo Chávez.