El general panameño Omar Torrijos
-de siempre grata recordación-, gustaba referir, con su estilo
campechano de hombre sencillo, la lección de alta moral que recibió
de unos ancianos en una localidad humilde de su propio país. Junto
con las reclamaciones de los derechos debidos a Panamá por la
explotación económica del Canal que hicieron de él un personaje
muy popular en términos internacionales, se había enfrascado el
general en un proyecto de desarrollo social que superaba sobre el
papel los medios con los que contaba su gobierno para realizarlo;
pero las intenciones eran buenas y eso le granjeó el afecto de los
sectores más deprimidos de la población. En estas circunstancias,
se presentó en el poblado de Chiriquí, en el que ya estaban
esperando su visita, con relación a la cual algo muy curioso había
sido colocado a la entrada del pueblo por la que se suponía entraría
la comitiva con el Presidente del Gobierno, se trataba de un inmenso
cartel sobre tela que rezaba: “¡Abajo el que suba!”
No hay que decir la consternación
del general cuando leyó aquello desde la ventana del automóvil que
lo transportaba. Sin poderse aguantar, pero ¡eso sí!, comedido,
después de los primeros agazajos y de haber saludado a todo el
Consejo de Ancianos del poblado, le preguntó directamente a su
autoridad mayor: Pero bueno, ese cartel, ahora, conmigo, podrán
quitarlo, ¿No? -
-Pues nada de eso,- le respondió
el susodicho-. El cartel se queda y Usted responde por su mandato.
Sólo después de esta respuesta y
de una reflexión que le ocupó mucho tiempo días después del
incidente, confesaba Torrijos haber comprendido cuánta razón tenían
aquellos ancianos que lo habían visto y vivido todo. En cuanto a
mí, el sólo hecho de que este general se complaciera en referir
esta anécdota me dijo mucho acerca de su honestidad personal. La
alta consideración en que le tenía el pueblo panameño la pude
constatar personalmente el día de su funeral en septiembre de 1981.