Ha caído Alberto. Aquel Alberto
Rodríguez López al que una vez, con buen criterio, consideramos el
número uno en la línea de sucesión al trono de Cuba. “El
Deseado”, igual que una vez lo fue Fernando VII en la España
sometida al yugo napoleónico.
Pero: ¿Por cuales razones? ¿Acaso
tuvo el coraje de discrepar a su suegro y al tío de su mujer?
No tenemos ni tendremos respuesta
oficial a esta pregunta; pero la gente habla, el cuerpo diplomático
extranjero acreditado en la Isla paga muy bien las confidencias y los
traidores, dentro del entramado tejido y entretejido por la Seguridad
del Estado, esperan pacientemente por su oportunidad para hacer
fortuna por cuenta de algún chisme suculento.
Y chismes son los que trascienden y
ruedan como bolas desde las alcobas de los encumbrados a las
calles de la ciudad capital y desde estas por aire, mar y tierra al
resto del archipiélago. Y: ¿Qué es lo que nos cuentan las bolas?
Pues nos hablan de violencia doméstica, amoríos extra-conyugales en
el estilo de don Pedro I de Brasil, de borracheras de campeonato y
de un comportamiento inadmisible en un futuro príncipe consorte para
una reina criolla de tan ilustre prosapia.
En mi modesta opinión, el fracaso de
Alberto se ha producido como consecuencias de su incontinencia formal
y de su incapacidad para controlar una potencia sexual, sin lugar
a dudas excepcional que, si un buen día lo aupó al estrellato,
ahora mismo acaba de hundirlo en la miseria.
¡Tenía queridas! -aseguran los
chismosos-. Y es admirable que se bastara, en solitario, para
tanta hembra ardiente como suelen serlo las cubanas. Pero, a pesar
de todo, creo que debemos, a través de estas páginas, hacerle
llegar el testimonio de nuestra admiración por lo que fue capaz de
conseguir en ese nido de víboras que es la familia Castro. Así
que: ¡Bravo, Alberto! ¡Los que vamos a morir te saludamos! Pero
has hecho un desperdicio, hijo mío, del que sólo se alegran la
bruja tía política de tu (¿ex?) mujer y sus críos.
ANEJO. Hay precedente. Su Excelencia
Rafael Leónidas Trujillo, por voluntad propia Presidente Vitalicio
de la República Dominicana tuvo, como Musito, que superar una prueba
semejante cuando su idolatrada hija primogénita, Flor Silvestre,
herida por una flecha de Cupido, le planteó la disyuntiva de
asesinar o encumbrar a Porfirio Rubirosa. El Excelentísimo prefirió
la segunda alternativa y fue así que Porfirio consiguió llegar a
ser el primer latino admitido en la Academia Militar norteamericana
de West Point. Es más que probable que el nombre de Alberto figure
en la lista de los primeros militares cubanos egresados de escuelas
militares rusas después de la desintegración de la URSS.