La infancia del Hombre se perdió en los recuerdos que se llevó a la tumba. Hoy podemos afirmar con certeza que fue una infancia infeliz, junto a una madre abandonada a su suerte por el marido que nunca reconoció a su hijo. De manera que el niño que alguna vez fue el Hombre, registrado y bautizado única y exclusivamente por su madre, recibió el nombre de Rubén Zaldívar y se crió en un batey miserable cortado por guardarrayas donde los guajiros amarraban caballos a los portales de los bohíos. Todo conspiraba en su contra. Y estigmatizado por su único apellido, el color de su piel y la singularidad de sus rasgos (algún cronista llegó al delirio descriptivo considerándolo hijo de hombre chino y mujer negra), muy poco, o nada podía esperar conseguir en aquella Cuba detenida en el tiempo a pesar de tantas revoluciones.
El primer empleo del joven Rubén Zaldívar lo fue el de guardabarreras de ferrocarril en su localidad de residencia, el poblado de Banes, ubicado en la zona más oriental de la Isla. Cómo, cuándo y por qué ingresó en el ejército son tres preguntas de las cuales sólo la última no necesita respuesta, aunque posteriormente, cuando se hizo famoso, se aclarara la figura de su presumible progenitor como la de un sargento del Ejército Libertador que sirvió a las órdenes del general Maceo. Pero ni siquiera sus apologistas han querido urgar demasiado en este pasado tormentoso y han preferido siempre dejarlo todo entre brumas, insistiendo en las dificultades y el interés por superarlas de nuestro biografiado.
Se ha fijado como su fecha de nacimiento el día 16 de enero de 1901. Se sabe que ingresó en el ejército veinte años después y que, en 1925, consiguió agenciarse en unas oposiciones el empleo de Cabo. Así fue trasladado, desde la cuarta compañía del Batallón número 1 de la guarnición de La Habana, a la Guardia Rural, un cuerpo en el que, un año más tarde, ascendió a Sargento.
En el ejército encontró la seguridad económica y las posibilidades de superación que su humilde progenitora no le pudo ofrecer. Aprendió a leer y escribir, recibió la enseñanza elemental básica y adquirió disciplina en el más genuino sentido de la expresión. No sabemos si tuvo padrinos que le facilitaran encauzar sus aspiraciones en las fuerzas armadas, pero lo cierto es que logró sus objetivos y que, habilidosamente, dirigió su preparación de forma inteligente, evadiendo las especialidades puramente militares, que limitan el horizonte del hombre que hay dentro de cada soldado. Así fue que se graduó mecanógrafo y taquígrafo garantizándose un futuro si dejaba el uniforme.
Durante su primer destino en la guarnición de la capital, tuvo la suerte de servir en la escolta del Presidente del Gobierno -Alfredo Zayas- y de utilizar a voluntad la nutrida biblioteca de la finca presidencial. Zayas -como ya hemos dicho- lo sobrenombró Polilla, calificativo que tiene en Cuba un carácter laudatorio. Esta fama de aplicado al estudio entre los soldados le valió para que le designaran secretario de actas en la memorable asamblea en la que percibió Sergio Carbó la posibilidad de un golpe militar.
Embarcó en aquella aventura. Pero, conservando la distancia, se situaba siempre detrás de Pablo Rodríguez, que era quien daba la cara como capitán de la revuelta, mientras él esperaba su oportunidad confiado en que, las limitaciones de Rodríguez -incapaz de pronunciar un discurso y, mucho menos, redactar un documento- contribuyeran a su encumbramiento personal. Porque ya sabía donde estaba el poder y tenía conciencia de su valor como elemento decisivo en el desarrollo de los acontecimientos. Esto también explica su comedida respuesta a la sugerencia de Carbó antes de firmar una proclama de las fuerzas coaligadas contra la dictadura machadista.
La primera fase del plan batistiano para consolidar el poder pasaba por la desarticulación de los grupos "de acción" que sobrevivieron a la lucha contra Machado y estaban impregnados del prestigio de la victoria. La eliminación física de sus principales dirigentes y la escapada a los exilios de los que vieron amenazadas sus vidas se tradujo en el primer éxito parcial conseguido por el gobierno militar en esa dirección. Paralelamente, Batista maniobró con inteligencia para desactivar hasta donde fuera posible las leyes grausistas, sin suprimirlas para no irritar a la población e ir ganando tiempo hasta conseguir galvanizar la vida pública.
En el ínterin de este período, se había producido la Guerra Civil Española y un millar de jóvenes cubanos, muy politizados, viajó a la península para integrarse en las Brigadas Internacionales que defendían la República. Este hecho también facilitó las cosas al gobierno que se quitó de encima la presión de estos combativos activistas y así la pax batistiana ganó espacio sin mucha resistencia.
En abril de 1939 la guerra en España terminó y los brigadistas cubanos regresaron a La Habana marcados por aquella experiencia dramática. Asimismo, muchos españoles, en un flujo ininterrumpido, siguiendo los más excéntricos itinerarios, arribaron a la Isla para vivir el exilio. En lo que a los "retornados" respecta, no tardaron el volver a sus andanzas, mientras muchos exiliados españoles se integraban al laborantismo en organizaciones y grupos.
Pero ahora era Europa la que estaba al borde de la guerra y las naciones del continente americano veían renacer las expectativas de una rápida recuperación económica a expensas de la hecatombe en el Viejo Mundo. La maquinaria industrial norteamericana se afincaba aceleradamente y sus requerimientos de materias primas superaban todas las previsiones. El azúcar, el tabaco, los alcoholes y los metales no ferrosos, pero estratégicos, iban a proporcionar al país una posibilidad antes sólo vislumbrada, de un rápido desarrollo económico.
Una fuerte corriente migratoria se produjo entonces y, a la Isla, comenzaron a llegar hombres y mujeres de las más diversas regiones del mundo: jamaicanos y haitianos de las islas vecinas, chinos, judíos, árabes, etcétera.
En medio de tal optimismo y con los cabos atados Fulgencio, mejor asesorado esta vez, convocó una Asamblea Constituyente e hizo al legislativo asumir las leyes del año 1933 con el beneplácito de los sectores vinculados a su dictadura. Así que, cuando estalló la guerra en Europa, Cuba estaba pacificada, debidamente organizada y con todo su potencial productivo dispuesto para aprovechar la ocasión. Un período de Vacas Gordas que iba a propiciar el triunfo de la candidatura de Batista en las elecciones presidenciales que se anunciaban para el período 1940-44.
Don Ramón Grau volvió a ser el adversario a derrotar. Esta vez en su condición de candidato a la presidencia del gobierno por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), fundado en 1933 en la Universidad de La Habana a partir de la plataforma histórica del fundado en 1892 por José Martí para dirigir la guerra por la independencia de Cuba y Puerto Rico.
Aunque de su precedente apenas tomaba las siglas y alguna que otra concepción, los Auténticos, representaban una opción fiable que apoyaba su discurso en el recuerdo de los sucedidos en el transcurso del tiempo durante la primera administración de Don Ramón. Pero las limitaciones de proyección Auténticas todavía hoy giran sobre el mismo círculo vicioso y continuan -¡a estas alturas!- reprochando a Batista su herencia mulata -en palabras de Mongo Grau, sobrino de Don Ramón-, antes de ocuparse de los sucedidos y de las fechorías que, según ellos, cometieron los batistianos para alterar los resultados en el conteo de votos electorales y garantizar el triunfo de su candidato. Mongo Grau habla de colegios electorales incendiados y millares de boletas alteradas. También se acusa al Partido Socialista Popular de apoyar a Batista, algo absolutamente cierto y lógico después de haber sido legalizado por el gobierno en funciones, actuando ambas partes en sintonía con el idilio modélico Stalin-Roosevelt.
Ganó Batista aquellas elecciones, pero también ganaron los Auténticos que, a partir de entonces, ampliaron sus bases considerablemente. Como estaba previsto, el estallido de la Segunda Guerra Mundial estimuló las actividades económicas en América y Cuba, tan lejos de Dios como próxima a los EE.UU, se benefició en estas circunstancias. Los inversores extranjeros ahuyentados con la aplicación de las leyes de 1933 volvieron a casa y un notable crecimiento de la industria y los servicios se tradujo en un estado de bienestar económico hasta entonces desconocido. Los precios del azúcar subieron como la espuma durante aquellos cuatro años de legislatura y, con la demanda, el aumento de la producción se trajo consigo un replanteamiento de las infraestructuras, la multiplicación de la actividad agropecuaria con la desaparición del desempleo rural y el incremento de los servicios en las urbanizaciones. La producción de energía eléctrica superaba ahora, muchas veces, el registro de los años anteriores y los medios de transporte automotores, públicos y privados, causaban por su gran número admiración.
Los generales de Batista, la nueva casta militar surgida de la revolución del 33 constituían, junto a sus oficiales, un ariete que despejaba cualquier duda acerca de la debilidad o fortaleza del régimen. Negros y mulatos muchos entre ellos, de origen humilde la mayoría, las elevadas posiciones que ocupaban en las fuerzas armadas reivindicaban las insatisfacciones heredadas desde 1901, cuando el gobierno interventor norteamericano licenció arbitrariamente a la gran masa de soldados mambises, en inmensa mayoría negros y mulatos por considerar, en palabras de Don Manuel Moreno Fraginals, que era una fuerza no controlada y no reconocida oficialmente, pero imposible de ignorar. Añadiendo el mismo autor: "un primer paso, aparentemente inocente para solventar la situación fue no mencionar el color de la piel en las planillas de licenciamiento. De esta manera se evitaba que alguien, contando expedientes, diera razón a España cuando afirmó que la Guerra de Cuba era Guerra de Razas".
Ante la luz de estos razonamientos, se comprende perfectamente el origen de la popularidad de Batista entre ciertos estamentos de la sociedad cubana. Si lo echó todo a perder forzando a cada momento las circunstancias o porque a veces las acciones de sus subordinados se le escapaban de las manos, eso no significa que pueda obviarse el rol que, como personaje principal, en su momento, jugó en el proceso natural de desarrollo de las fuerzas sociales y la integración de la nacionalidad cubana.
Bibliografía
1.- "Fabulario. Retrato de una época".
Mario Kuchilán.
Ediciones Huracán. La Habana 1967.
2.- "Mongo Grau. Cuba desde 1930".
Mongo Grau.
Editorial Agualarga 1997.
3.- "Retorno a la Alborada".
Raúl Roa.
La Habana 1965.
4.- "La Revolución del 30 se fue a Bolina".
Ídem.
5.- Programa de la Joven Cuba.
6.- Artículos publicados en la revista Bohemia.
El primer empleo del joven Rubén Zaldívar lo fue el de guardabarreras de ferrocarril en su localidad de residencia, el poblado de Banes, ubicado en la zona más oriental de la Isla. Cómo, cuándo y por qué ingresó en el ejército son tres preguntas de las cuales sólo la última no necesita respuesta, aunque posteriormente, cuando se hizo famoso, se aclarara la figura de su presumible progenitor como la de un sargento del Ejército Libertador que sirvió a las órdenes del general Maceo. Pero ni siquiera sus apologistas han querido urgar demasiado en este pasado tormentoso y han preferido siempre dejarlo todo entre brumas, insistiendo en las dificultades y el interés por superarlas de nuestro biografiado.
Se ha fijado como su fecha de nacimiento el día 16 de enero de 1901. Se sabe que ingresó en el ejército veinte años después y que, en 1925, consiguió agenciarse en unas oposiciones el empleo de Cabo. Así fue trasladado, desde la cuarta compañía del Batallón número 1 de la guarnición de La Habana, a la Guardia Rural, un cuerpo en el que, un año más tarde, ascendió a Sargento.
En el ejército encontró la seguridad económica y las posibilidades de superación que su humilde progenitora no le pudo ofrecer. Aprendió a leer y escribir, recibió la enseñanza elemental básica y adquirió disciplina en el más genuino sentido de la expresión. No sabemos si tuvo padrinos que le facilitaran encauzar sus aspiraciones en las fuerzas armadas, pero lo cierto es que logró sus objetivos y que, habilidosamente, dirigió su preparación de forma inteligente, evadiendo las especialidades puramente militares, que limitan el horizonte del hombre que hay dentro de cada soldado. Así fue que se graduó mecanógrafo y taquígrafo garantizándose un futuro si dejaba el uniforme.
Durante su primer destino en la guarnición de la capital, tuvo la suerte de servir en la escolta del Presidente del Gobierno -Alfredo Zayas- y de utilizar a voluntad la nutrida biblioteca de la finca presidencial. Zayas -como ya hemos dicho- lo sobrenombró Polilla, calificativo que tiene en Cuba un carácter laudatorio. Esta fama de aplicado al estudio entre los soldados le valió para que le designaran secretario de actas en la memorable asamblea en la que percibió Sergio Carbó la posibilidad de un golpe militar.
Embarcó en aquella aventura. Pero, conservando la distancia, se situaba siempre detrás de Pablo Rodríguez, que era quien daba la cara como capitán de la revuelta, mientras él esperaba su oportunidad confiado en que, las limitaciones de Rodríguez -incapaz de pronunciar un discurso y, mucho menos, redactar un documento- contribuyeran a su encumbramiento personal. Porque ya sabía donde estaba el poder y tenía conciencia de su valor como elemento decisivo en el desarrollo de los acontecimientos. Esto también explica su comedida respuesta a la sugerencia de Carbó antes de firmar una proclama de las fuerzas coaligadas contra la dictadura machadista.
-¿Le pongo General? -le preguntó Sergio Carbó-.Desde principios de 1934 hasta finales de 1940 la isla de Cuba estuvo sometida a los dictámenes de un gobierno militar maquillado de civilismo y liderado tras bambalinas por Fulgencio Batista, apoyado por la oligarquía criolla y un sector muy importante de la población que, a través del ejército, los cuerpos de seguridad y los servicios públicos mejoró sus condiciones de vida a expensas del negocio a que daba lugar la política.
-Déjeme de Coronel -fue la respuesta de Fulgencio-.
La primera fase del plan batistiano para consolidar el poder pasaba por la desarticulación de los grupos "de acción" que sobrevivieron a la lucha contra Machado y estaban impregnados del prestigio de la victoria. La eliminación física de sus principales dirigentes y la escapada a los exilios de los que vieron amenazadas sus vidas se tradujo en el primer éxito parcial conseguido por el gobierno militar en esa dirección. Paralelamente, Batista maniobró con inteligencia para desactivar hasta donde fuera posible las leyes grausistas, sin suprimirlas para no irritar a la población e ir ganando tiempo hasta conseguir galvanizar la vida pública.
En el ínterin de este período, se había producido la Guerra Civil Española y un millar de jóvenes cubanos, muy politizados, viajó a la península para integrarse en las Brigadas Internacionales que defendían la República. Este hecho también facilitó las cosas al gobierno que se quitó de encima la presión de estos combativos activistas y así la pax batistiana ganó espacio sin mucha resistencia.
En abril de 1939 la guerra en España terminó y los brigadistas cubanos regresaron a La Habana marcados por aquella experiencia dramática. Asimismo, muchos españoles, en un flujo ininterrumpido, siguiendo los más excéntricos itinerarios, arribaron a la Isla para vivir el exilio. En lo que a los "retornados" respecta, no tardaron el volver a sus andanzas, mientras muchos exiliados españoles se integraban al laborantismo en organizaciones y grupos.
Pero ahora era Europa la que estaba al borde de la guerra y las naciones del continente americano veían renacer las expectativas de una rápida recuperación económica a expensas de la hecatombe en el Viejo Mundo. La maquinaria industrial norteamericana se afincaba aceleradamente y sus requerimientos de materias primas superaban todas las previsiones. El azúcar, el tabaco, los alcoholes y los metales no ferrosos, pero estratégicos, iban a proporcionar al país una posibilidad antes sólo vislumbrada, de un rápido desarrollo económico.
Una fuerte corriente migratoria se produjo entonces y, a la Isla, comenzaron a llegar hombres y mujeres de las más diversas regiones del mundo: jamaicanos y haitianos de las islas vecinas, chinos, judíos, árabes, etcétera.
En medio de tal optimismo y con los cabos atados Fulgencio, mejor asesorado esta vez, convocó una Asamblea Constituyente e hizo al legislativo asumir las leyes del año 1933 con el beneplácito de los sectores vinculados a su dictadura. Así que, cuando estalló la guerra en Europa, Cuba estaba pacificada, debidamente organizada y con todo su potencial productivo dispuesto para aprovechar la ocasión. Un período de Vacas Gordas que iba a propiciar el triunfo de la candidatura de Batista en las elecciones presidenciales que se anunciaban para el período 1940-44.
Don Ramón Grau volvió a ser el adversario a derrotar. Esta vez en su condición de candidato a la presidencia del gobierno por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), fundado en 1933 en la Universidad de La Habana a partir de la plataforma histórica del fundado en 1892 por José Martí para dirigir la guerra por la independencia de Cuba y Puerto Rico.
Aunque de su precedente apenas tomaba las siglas y alguna que otra concepción, los Auténticos, representaban una opción fiable que apoyaba su discurso en el recuerdo de los sucedidos en el transcurso del tiempo durante la primera administración de Don Ramón. Pero las limitaciones de proyección Auténticas todavía hoy giran sobre el mismo círculo vicioso y continuan -¡a estas alturas!- reprochando a Batista su herencia mulata -en palabras de Mongo Grau, sobrino de Don Ramón-, antes de ocuparse de los sucedidos y de las fechorías que, según ellos, cometieron los batistianos para alterar los resultados en el conteo de votos electorales y garantizar el triunfo de su candidato. Mongo Grau habla de colegios electorales incendiados y millares de boletas alteradas. También se acusa al Partido Socialista Popular de apoyar a Batista, algo absolutamente cierto y lógico después de haber sido legalizado por el gobierno en funciones, actuando ambas partes en sintonía con el idilio modélico Stalin-Roosevelt.
Ganó Batista aquellas elecciones, pero también ganaron los Auténticos que, a partir de entonces, ampliaron sus bases considerablemente. Como estaba previsto, el estallido de la Segunda Guerra Mundial estimuló las actividades económicas en América y Cuba, tan lejos de Dios como próxima a los EE.UU, se benefició en estas circunstancias. Los inversores extranjeros ahuyentados con la aplicación de las leyes de 1933 volvieron a casa y un notable crecimiento de la industria y los servicios se tradujo en un estado de bienestar económico hasta entonces desconocido. Los precios del azúcar subieron como la espuma durante aquellos cuatro años de legislatura y, con la demanda, el aumento de la producción se trajo consigo un replanteamiento de las infraestructuras, la multiplicación de la actividad agropecuaria con la desaparición del desempleo rural y el incremento de los servicios en las urbanizaciones. La producción de energía eléctrica superaba ahora, muchas veces, el registro de los años anteriores y los medios de transporte automotores, públicos y privados, causaban por su gran número admiración.
Los generales de Batista, la nueva casta militar surgida de la revolución del 33 constituían, junto a sus oficiales, un ariete que despejaba cualquier duda acerca de la debilidad o fortaleza del régimen. Negros y mulatos muchos entre ellos, de origen humilde la mayoría, las elevadas posiciones que ocupaban en las fuerzas armadas reivindicaban las insatisfacciones heredadas desde 1901, cuando el gobierno interventor norteamericano licenció arbitrariamente a la gran masa de soldados mambises, en inmensa mayoría negros y mulatos por considerar, en palabras de Don Manuel Moreno Fraginals, que era una fuerza no controlada y no reconocida oficialmente, pero imposible de ignorar. Añadiendo el mismo autor: "un primer paso, aparentemente inocente para solventar la situación fue no mencionar el color de la piel en las planillas de licenciamiento. De esta manera se evitaba que alguien, contando expedientes, diera razón a España cuando afirmó que la Guerra de Cuba era Guerra de Razas".
Ante la luz de estos razonamientos, se comprende perfectamente el origen de la popularidad de Batista entre ciertos estamentos de la sociedad cubana. Si lo echó todo a perder forzando a cada momento las circunstancias o porque a veces las acciones de sus subordinados se le escapaban de las manos, eso no significa que pueda obviarse el rol que, como personaje principal, en su momento, jugó en el proceso natural de desarrollo de las fuerzas sociales y la integración de la nacionalidad cubana.
Bibliografía
1.- "Fabulario. Retrato de una época".
Mario Kuchilán.
Ediciones Huracán. La Habana 1967.
2.- "Mongo Grau. Cuba desde 1930".
Mongo Grau.
Editorial Agualarga 1997.
3.- "Retorno a la Alborada".
Raúl Roa.
La Habana 1965.
4.- "La Revolución del 30 se fue a Bolina".
Ídem.
5.- Programa de la Joven Cuba.
6.- Artículos publicados en la revista Bohemia.
La Pentarquía y Batista. Portela, Irizarri, Franca, Grau, Carbó y Batista. Foto publicada en la revista Bohemia.
Batista se dirige a la multitud desde el balcón del Palacio Presidencial, a su izquierda Carlos Prío Socarrás y don Ramón Grau San Martín, a su derecha Carlos Miguel de Céspedes.
Una foto poco conocida de Batista y sus oficiales en los años 30.
Manifestación en apoyo del gobierno de Batista.