Bienvenido al Blog de RAUL SANCHEZ QUINTERO

Quizás uno entre los últimos que, sin esperar hacerse un día profeta, claman en el desierto contra ciertas injusticias interesadamente toleradas por los altos poderes de la sociedad humana. Los profetas que clamaban en el desierto han desaparecido con la aparición de Internet. Ahora los que se cuidan del efecto de las llamaradas de sus palabras son los mismos de siempre, poderosos cazadores en oposición a Yavé, ensoberbecidos por el continuo uso y abuso de "las mieles del poder", cito: los hermanos Castro, Teddy Obiang, el Ogro de Birmania y la dinastía Kim. De manera que, a partir de este punto de encuentro, podré compartir con todos aquellos que así lo deseen, mis inquietudes, opiniones, resentimientos y propuestas. Y así es que me tenéis aquí, en esta hermosa playa africana, junto a mi mascota que es mi familia y junto a este inmenso mar que a todos nos une.




jueves, 26 de abril de 2012

La Habana de todos los Santos (y II)

La infancia del Hombre se perdió en los recuerdos que se llevó a la tumba. Hoy podemos afirmar con certeza que fue una infancia infeliz, junto a una madre abandonada a su suerte por el marido que nunca reconoció a su hijo. De manera que el niño que alguna vez fue el Hombre, registrado y bautizado única y exclusivamente por su madre, recibió el nombre de Rubén Zaldívar y se crió en un batey miserable cortado por guardarrayas donde los guajiros amarraban caballos a los portales de los bohíos. Todo conspiraba en su contra. Y estigmatizado por su único apellido, el color de su piel y la singularidad de sus rasgos (algún cronista llegó al delirio descriptivo considerándolo hijo de hombre chino y mujer negra), muy poco, o nada podía esperar conseguir en aquella Cuba detenida en el tiempo a pesar de tantas revoluciones.

El primer empleo del joven Rubén Zaldívar lo fue el de guardabarreras de ferrocarril en su localidad de residencia, el poblado de Banes, ubicado en la zona más oriental de la Isla. Cómo, cuándo y por qué ingresó en el ejército son tres preguntas de las cuales sólo la última no necesita respuesta, aunque posteriormente, cuando se hizo famoso, se aclarara la figura de su presumible progenitor como la de un sargento del Ejército Libertador que sirvió a las órdenes del general Maceo. Pero ni siquiera sus apologistas han querido urgar demasiado en este pasado tormentoso y han preferido siempre dejarlo todo entre brumas, insistiendo en las dificultades y el interés por superarlas de nuestro biografiado.

Se ha fijado como su fecha de nacimiento el día 16 de enero de 1901. Se sabe que ingresó en el ejército veinte años después y que, en 1925, consiguió agenciarse en unas oposiciones el empleo de Cabo. Así fue trasladado, desde la cuarta compañía del Batallón número 1 de la guarnición de La Habana, a la Guardia Rural, un cuerpo en el que, un año más tarde, ascendió a Sargento.

En el ejército encontró la seguridad económica y las posibilidades de superación que su humilde progenitora no le pudo ofrecer. Aprendió a leer y escribir, recibió la enseñanza elemental básica y adquirió disciplina en el más genuino sentido de la expresión. No sabemos si tuvo padrinos que le facilitaran encauzar sus aspiraciones en las fuerzas armadas, pero lo cierto es que logró sus objetivos y que, habilidosamente, dirigió su preparación de forma inteligente, evadiendo las especialidades puramente militares, que limitan el horizonte del hombre que hay dentro de cada soldado. Así fue que se graduó mecanógrafo y taquígrafo garantizándose un futuro si dejaba el uniforme.

Durante su primer destino en la guarnición de la capital, tuvo la suerte de servir en la escolta del Presidente del Gobierno -Alfredo Zayas- y de utilizar a voluntad la nutrida biblioteca de la finca presidencial. Zayas -como ya hemos dicho- lo sobrenombró Polilla, calificativo que tiene en Cuba un carácter laudatorio. Esta fama de aplicado al estudio entre los soldados le valió para que le designaran secretario de actas en la memorable asamblea en la que percibió Sergio Carbó la posibilidad de un golpe militar.

Embarcó en aquella aventura. Pero, conservando la distancia, se situaba siempre detrás de Pablo Rodríguez, que era quien daba la cara como capitán de la revuelta, mientras él esperaba su oportunidad confiado en que, las limitaciones de Rodríguez -incapaz de pronunciar un discurso y, mucho menos, redactar un documento- contribuyeran a su encumbramiento personal. Porque ya sabía donde estaba el poder y tenía conciencia de su valor como elemento decisivo en el desarrollo de los acontecimientos. Esto también explica su comedida respuesta a la sugerencia de Carbó antes de firmar una proclama de las fuerzas coaligadas contra la dictadura machadista.

-¿Le pongo General?  -le preguntó Sergio Carbó-.
-Déjeme de Coronel -fue la respuesta de Fulgencio-.
Desde principios de 1934 hasta finales de 1940 la isla de Cuba estuvo sometida a los dictámenes de un gobierno militar maquillado de civilismo y liderado tras bambalinas por Fulgencio Batista, apoyado por la oligarquía criolla y un sector muy importante de la población que, a través del ejército, los cuerpos de seguridad y los servicios públicos mejoró sus condiciones de vida a expensas del negocio a que daba lugar la política.

La primera fase del plan batistiano para consolidar el poder pasaba por la desarticulación de los grupos "de acción" que sobrevivieron a la lucha contra Machado y estaban impregnados del prestigio de la victoria. La eliminación física de sus principales dirigentes y la escapada a los exilios de los que vieron amenazadas sus vidas se tradujo en el primer éxito parcial conseguido por el gobierno militar en esa dirección. Paralelamente, Batista maniobró con inteligencia para desactivar hasta donde fuera posible las leyes grausistas, sin suprimirlas para no irritar a la población e ir ganando tiempo hasta conseguir galvanizar la vida pública.

En el ínterin de este período, se había producido la Guerra Civil Española y un millar de jóvenes cubanos, muy politizados, viajó a la península para integrarse en las Brigadas Internacionales que defendían la República. Este hecho también facilitó las cosas al gobierno que se quitó de encima la presión de estos combativos activistas y así la pax batistiana ganó espacio sin mucha resistencia.

En abril de 1939 la guerra en España terminó y los brigadistas cubanos regresaron a La Habana marcados por aquella experiencia dramática. Asimismo, muchos españoles, en un flujo ininterrumpido, siguiendo los más excéntricos itinerarios, arribaron a la Isla para vivir el exilio. En lo que a los "retornados" respecta, no tardaron el volver a sus andanzas, mientras muchos exiliados españoles se integraban al laborantismo en organizaciones y grupos.

Pero ahora era Europa la que estaba al borde de la guerra y las naciones del continente americano veían renacer las expectativas de una rápida recuperación económica a expensas de la hecatombe en el Viejo Mundo. La maquinaria industrial norteamericana se afincaba aceleradamente y sus requerimientos de materias primas superaban todas las previsiones. El azúcar, el tabaco, los alcoholes y los metales no ferrosos, pero estratégicos, iban a proporcionar al país una posibilidad antes sólo vislumbrada, de un rápido desarrollo económico.

Una fuerte corriente migratoria se produjo entonces y, a la Isla, comenzaron a llegar hombres y mujeres de las más diversas regiones del mundo: jamaicanos y haitianos de las islas vecinas, chinos, judíos, árabes, etcétera.

En medio de tal optimismo y con los cabos atados Fulgencio, mejor asesorado esta vez, convocó una Asamblea Constituyente e hizo al legislativo asumir las leyes del año 1933 con el beneplácito de los sectores vinculados a su dictadura. Así que, cuando estalló la guerra en Europa, Cuba estaba pacificada, debidamente organizada y con todo su potencial productivo dispuesto para aprovechar la ocasión. Un período de Vacas Gordas que iba a propiciar el triunfo de la candidatura de Batista en las elecciones presidenciales que se anunciaban para el período 1940-44.

Don Ramón Grau volvió a ser el adversario a derrotar. Esta vez en su condición de candidato a la presidencia del gobierno por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), fundado en 1933 en la Universidad de La Habana a partir de la plataforma histórica del fundado en 1892 por José Martí para dirigir la guerra por la independencia de Cuba y Puerto Rico.

Aunque de su precedente apenas tomaba las siglas y alguna que otra concepción, los Auténticos, representaban una opción fiable que apoyaba su discurso en el recuerdo de los sucedidos en el transcurso del tiempo durante la primera administración de Don Ramón. Pero las limitaciones de proyección Auténticas todavía hoy giran sobre el mismo círculo vicioso y continuan -¡a estas alturas!- reprochando a Batista su herencia mulata -en palabras de Mongo Grau, sobrino de Don Ramón-, antes de ocuparse de los sucedidos y de las fechorías que, según ellos, cometieron los batistianos para alterar los resultados en el conteo de votos electorales y garantizar el triunfo de su candidato. Mongo Grau habla de colegios electorales incendiados y millares de boletas alteradas. También se acusa al Partido Socialista Popular de apoyar a Batista, algo absolutamente cierto y lógico después de haber sido legalizado por el gobierno en funciones, actuando ambas partes en sintonía con el idilio modélico Stalin-Roosevelt.

Ganó Batista aquellas elecciones, pero también ganaron los Auténticos que, a partir de entonces, ampliaron sus bases considerablemente. Como estaba previsto, el estallido de la Segunda Guerra Mundial estimuló las actividades económicas en América y Cuba, tan lejos de Dios como próxima a los EE.UU, se benefició en estas circunstancias. Los inversores extranjeros ahuyentados con la aplicación de las leyes de 1933 volvieron a casa y un notable crecimiento de la industria y los servicios se tradujo en un estado de bienestar económico hasta entonces desconocido. Los precios del azúcar subieron como la espuma durante aquellos cuatro años de legislatura y, con la demanda, el aumento de la producción se trajo consigo un replanteamiento de las infraestructuras, la multiplicación de la actividad agropecuaria con la desaparición del desempleo rural y el incremento de los servicios en las urbanizaciones. La producción de energía eléctrica superaba ahora, muchas veces, el registro de los años anteriores y los medios de transporte automotores, públicos y privados, causaban por su gran número admiración.

Los generales de Batista, la nueva casta militar surgida de la revolución del 33 constituían, junto a sus oficiales, un ariete que despejaba cualquier duda acerca de la debilidad o fortaleza del régimen. Negros y mulatos muchos entre ellos, de origen humilde la mayoría, las elevadas posiciones que ocupaban en las fuerzas armadas reivindicaban las insatisfacciones heredadas desde 1901, cuando el gobierno interventor norteamericano licenció arbitrariamente a la gran masa de soldados mambises, en inmensa mayoría negros y mulatos por considerar, en palabras de Don Manuel Moreno Fraginals, que era una fuerza no controlada y no reconocida oficialmente, pero imposible de ignorar. Añadiendo el mismo autor: "un primer paso, aparentemente inocente para solventar la situación fue no mencionar el color de la piel en las planillas de licenciamiento. De esta manera se evitaba que alguien, contando expedientes, diera razón a España cuando afirmó que la Guerra de Cuba era Guerra de Razas".

Ante la luz de estos razonamientos, se comprende perfectamente el origen de la popularidad de Batista entre ciertos estamentos de la sociedad cubana. Si lo echó todo a perder forzando a cada momento las circunstancias o porque a veces las acciones de sus subordinados se le escapaban de las manos, eso no significa que pueda obviarse el rol que, como personaje principal, en su momento, jugó en el proceso natural de desarrollo de las fuerzas sociales y la integración de la nacionalidad cubana.



Bibliografía

1.- "Fabulario. Retrato de una época".
     Mario Kuchilán.
     Ediciones Huracán. La Habana 1967.

2.- "Mongo Grau. Cuba desde 1930".
     Mongo Grau.
     Editorial Agualarga 1997.

3.- "Retorno a la Alborada".
     Raúl Roa.
     La Habana 1965.

4.- "La Revolución del 30 se fue a Bolina".
     Ídem.

5.- Programa de la Joven Cuba.

6.- Artículos publicados en la revista Bohemia.


La Pentarquía y Batista. Portela, Irizarri, Franca, Grau, Carbó y Batista. Foto publicada en la revista Bohemia.


Batista se dirige a la multitud desde el balcón del Palacio Presidencial, a su izquierda Carlos Prío Socarrás y don Ramón Grau San Martín, a su derecha Carlos Miguel de Céspedes.


Una foto poco conocida de Batista y sus oficiales en los años 30.
   


    Manifestación en apoyo del gobierno de Batista. 

martes, 24 de abril de 2012

La Habana de todos los Santos

"Todo lo hizo Olofi. Todo es de Olofi. Hizo el mundo, los santos, los hombres, los animales, y luego les dijo: Ahora arréglense ustedes".



Fulgencio Batista, el hombre fuerte de Cuba durante dos décadas ha sido juzgado siempre con inaudita severidad, conceptuado causal de todos los males para el país y sus gentes por los siglos de los siglos. En realidad, sin embargo, Fulgencio no fue peor ni mejor que sus predecesores en el cargo de Jefe de Gobierno, sin dejar de considerar que su inmediato sucesor le ha superado en todos los aspectos. En su favor, en cambio, se puede señalar sin interés alguno en justificar su mal proceder que el país que gobernó, por joven en el mundo de las naciones independientes, carecía de la solidez institucional propia de las naciones viejas y de una nacionalidad -cubanidad- integrada e integradora. Presente griego que nos dejó el colonialismo a los cubanos con la carta de independencia: una sociedad estratificada y racista gobernada por una oligarquía criolla afecta a una perversa auto-glorificación.


Batista llega a la presidencia después de Gerardo Machado -el último general histórico y el primer en transformarse en dictador- y la vida política cubana adquiere una nueva dinámica con el activismo de una clase pequeño burguesa emergente, no vinculada al patriciado y estrechamente relacionada con el estamento español remanente, enfrentada a la ilegalidad machadista. Su fulminante ascensión obedece a las necesidades de esta revolución que no puede consolidar su triunfo sin el apoyo de un ejército cuyos suboficiales y soldados -mulatos, negros y guajiros- comparten la misma miseria. Hombre de origen humilde, impureza de sangre, solar desconocido y mediana instrucción, la popularidad entre la tropa del Sargento Jefe del Ejército Revolucionario: Fulgencio Batista y Zaldívar marca, por carambola, un hito en la historia del proceso social cubano y señala un momento crucial en el camino hacia la consolidación de la nacionalidad y la subsecuente estabilización de la vida pública a través del ascenso social de muchos negros y mulatos, que no prosperó por la aparentemente eterna incapacidad cubana para lograr un consenso en ese sentido. Las marujerías de sus patrocinadores, los pentarcas: tan ilustrados como pícaros personajes, lo impulsó a la disidencia. Consejeros tuvo. Había aprendido que el mando del ejército significaba la suma del poder en Cuba.

La tradición oral señala a Sergio Carbó, un destacado periodista vinculado a las fuerzas de izquierda, como promotor de la brillante idea. En una fortaleza de la capital, una asamblea de soldados y sub-oficiales autorizada por el Alto Mando, discutía las necesidades de las tropas para acordar y elevar a la superioridad sus reivindicaciones. Hoy sabemos aquellas demandas no superaban la conveniencia de un nuevo modelo de uniforme, el derecho de los soldados a usar gorra de plato y el cobro de los salarios atrasados. En opinión de Carbó era perfectamente posible, con una simple vuelta de tuerca, transformar aquella asamblea en un levantamiento que, de forma incruenta y fulminante, dada la superioridad que suponían los complotados, se haría con el control absoluto del ejército. Presidía la asamblea el sargento de primera Pablo Rodriguez, actuaba como secretario de actas el sargento taquígrafo Fulgencio Batista. Ambos hombres aceptaron la propuesta de Sergio Carbó.

La historia que referimos se inicia pues el 4 de septiembre de 1933. Ese día, un levantamiento militar comandado por los sargentos Rodriguez y Batista asumió el control de todas las unidades militares en la Isla y dió el golpe definitivo a la dictadura del general Machado. El dictador derrocado escapó a las Bahamas y un gobierno colegiado, en representación de todas las fuerzas y grupos políticos que habían participado en la revolución, asumió la jefatura del gobierno para inmediatamente delegarla en la persona del doctor Ramón Grau San Martín, muy apreciado por los estudiantes universitarios. Fulgencio Batista fue ascendido por los pentarcas a coronel y Pablo Rodriguez asumió la jefatura de las fuerzas armadas nombrado por Don Ramón; pero la suerte estaba echada y el destino de Batista se unía de modo mágico al de la República. Cuatro meses más tarde ya era el hombre más poderoso del país.

La primera esposa de Batista se nombraba Elisa Godínez y ejercía de lavandera cuando el joven matrimonio residía en la calle Tamarindo, en la ruta que fue de los tranvías primero y de las guaguas después. En aquel entonces, Batista era sargento de segunda y completaba sus emolumentos dando clases de taquigrafía en una academia particular que radicaba en la calzada de Jesús del Monte, a la altura de la calle Lagueruela en la barriada de La Víbora. Hasta ese lugar se trasladaba desde su casa todas las tardes en un "tres patás" que de alguna forma había conseguido agenciarse, probablemente durante su destino en la guardia personal del presidente Alfredo Zayas.


El periodista de origen chino Mario Kuchilán, que se interesó en biografiar a Batista después de ingerir contra su voluntad una generosa ración de palmacristi en una estación de policía batistiana, atribuye a Zayas uno de los más presentables sobrenombres que tuvo Fulgencio, el de Soldado Polilla. La ración de palmacristi le fue administrada a Kuchilán por haber publicado en el diario -para el cual trabajaba- un dibujo burlón que llevaba por título: "Él iza la bandera". Lo de Soldado Polilla le fue adjudicado a Batista porque el presidente Zayas lo sorprendió más de una vez leyendo durante el cumplimiento de sus guardias y eso le pareció encomiable.


Otros sobrenombres tuvo, antes y después de haberse elevado al trono de Cuba. Entre los primeros figuran el de Nemo o Memo y el de Mulato Lindo, con el cual le bautizaron sus compañeros en las fuerzas armadas. Después del triunfo de la revolución contra Machado recibió el ostentoso calificativo de: "Este es el Hombre", o "El Hombre". Una sentencia debida al sabio cubano Don Fernando Ortiz que, en una ocasión dijo: "Lo que Cuba necesita es un Hombre". Y por último, ya en años de su dictadura, relativo a su aspecto físico y a su localidad de nacimiento, Banes, donde se habían realizado notables descubrimientos arqueológicos precolombinos le salió el de "Indio", o "El Indio". Divulgándose entre la población la leyenda de un indio, "un ser", que se manifestaba periódicamente y velaba por su salud y seguridad.


El segundo matrimonio del Honorable Presidente de la República, Mayor General Fulgencio Batista Zaldívar lo fue con Martha Fernández Miranda, una muchacha de elevada estatura a la que conoció después de atropellarla con su coche en la Quinta Avenida. Un encuentro fortuito y brutal. Martha paseaba en bicicleta, el chofer de Batista no pudo evitar la colisión. Y el general pretendió superar tal desastre presentándose en el hospital donde se recuperaba la chica con un ramo de flores. Al poco tiempo hubo boda y campanas al vuelo.


Para la sencilla Martha Fernández Miranda la vida adquirió, a partir de entonces, una enorme gama de satisfacciones. De un plumazo, pasó a ser la Primera Dama de la República y sus aduladores comenzaron a llamarla Martha del Pueblo. A su marido lo trató siempre de General, al menos en público, y su actividad personal fue discreta y más bien vuelta hacia el interior de su propio ámbito, como una mujer árabe que camina por la calle detrás y a una cierta distancia del padre de sus hijos. Separarse legalmente de Elisa fue para Batista una verdadera pesadilla, pues tenían ambos una hija en común con problemas mentales y Elisa le pasó factura por sus sacrificios anteriores. Pero al Hombre no se le negaba nada en aquella isla de aventura y ensueño.


En sólo cien días, el gobierno presidido por Don Ramón Grau imprimió un impulso decisivo al proceso social cubano, hasta entonces aletargado en el espíritu de sus instituciones mediatizadas. Integrado por personalidades de las más diversas tendencias ideológicas, entre las cuales prevalecían izquierdistas y nacionalistas, el gobierno de Don Ramón redactaba y aprobaba, una tras otra, disposiciones y decretos que revolucionaban la vida en la Isla.


Así quedó sin efectos la Constitución de 1901, redactada a instancias del gobierno interventor norteamericano sobre la base y el modelo de la Constitución de las Estados Unidos de América y fue promulgada la ley del 50% que obligó a los empresarios a contratar una mitad de la plantilla de trabajadores cubanos, algo que, asombrosamente, no sucedía. Decretos sobre las condiciones de pago para proteger a las familias arruinadas y una ley de Usura que establecía el máximo interés a pagar por un préstamo en el 12%. El reconocimiento de los derechos electorales de la mujer. Y la autonomía universitaria, un reclamo de los estudiantes.


Del Ministro de Gobernación de Grau, Antonio Guiteras Holmes, comentaba el pueblo que dormía con la estilográfica y los folios vírgenes al alcance de la mano y que, a la manera de los poetas surrealistas, tomaba notas a medianoche de las ideas que, para nuevas leyes, se le ocurrían en la vigilia. A él se debe el proyecto para la nacionalización de la empresa eléctrica con el objeto de abaratar el servicio a la población.


Era Guiteras un hombre insertado en su tiempo, y sus avanzadas ideas sostenían un discurso de singular equilibrio entre las propias al socialismo -evitando caer en la órbita soviética- y el nacionalismo de extrema derecha, de moda entonces en Europa y representado por la organización revolucionaria primero y partido político después, ABC, que luchó con inaudita ferocidad contra la dictadura de Machado y, tras el triunfo se radicalizó, creando los destacamentos paramilitares Camisas Verdes, en el estilo de sus congéneres de Italia, Alemania y España. Consecuentemente, la organización que creó y dirigió hasta su muerte, "La Joven Cuba", actuó sobre una plataforma que sintetizaba elementos de los más radicales programas, comunistas, socialistas y nacionalistas.


La urgencia de Guiteras trataba de minimizar la capacidad de reacción de las fuerzas conservadoras que él sabía, y así sucedió, saldrían a la palestra a defender sus intereses amenazados. Desde la Embajada de los Estados Unidos de América se había dado la voz de alarma y un buque de guerra de ese país entró y ancló en la bahía de la capital de la Isla amparado en la Enmienda Platt y desafiando la autoridad del gobierno cubano. Entrevistado por un periodista norteamericano -refiere Mongo Grau, sobrino del presidente- , Don Ramón no suavizó su lenguaje respondió a la pregunta: "¿Qué haría si desembarcaba la infantería de marina?" en los siguientes términos: "Exactamente lo que el presidente de los Estados Unidos si un ejército extranjero desembarcaba en su país".


El caso quedó entonces visto para sentencia y, una semana más tarde, los tanques de Batista rodearon el Palacio Presidencial. La familia Grau se acogió al asilo político que la brindó la embajada de Méjico y un gobierno militar encubierto en la representatividad de una sucesión de presidentes sin voz ni voto gobernaría la Isla desde aquel momento hasta 1940.


Las reformas decretadas por el gobierno Grau quedaron detenidas en el tiempo y los más representativos luchadores de la causa nacionalista partieron al exilio, tras el fracaso de una huelga general reprimida con violencia. Antonio Guiteras murió en un enfrentamiento a tiros con las fuerzas del nuevo régimen cuando pretendía abandonar la Isla clandestinamente, en una embarcación.


(Continuará...)

domingo, 8 de abril de 2012

Las tres B

Don Francisco Dionisio Vives fue, en dos ocasiones, Capitán General de la Isla de Cuba.  En los textos escolares , se le dice, a los niños cubanos que su administración fue fatal para la sociedad de la época porque promocionó la corrupción entre las clases populares en todos los sentidos.  
La perspectiva que nos obsequia el tiempo, sin embargo, lo pone todo en su sitio y, la actuación de Vives en Cuba no deja de evidenciar una profunda comprensión del contexto social cubano.  Fue por este motivo que en su presentación ante la corte y juicio de residencia tras su primer mandato, al  pedírsele opinión acerca de lo que considerara oportuno para el mejor gobierno de la Isla y el apaciguamiento de sus habitantes, casi siempre revueltos, no vaciló en recomendar la aplicación de su plan de las tres B.
¿Pero cómo? ¿De qué se trata?
"Pues todo muy sencillo" -respondió Vives-.  "Baile, Baraja y Botella".
Lo que ha venido después ha certificado la certeza de Vives al evaluar "la superestructura" .  El tiempo ha transcurrido, pero la mentalidad de la población local sigue siendo la misma.  El castrismo, en cambio, ha aplicado al dedillo sus recomendaciones notablemente efectivas, incluso hoy.  "!Baile, Baraja y Botella!

miércoles, 4 de abril de 2012

Un "Yanqui" en las azules aguas de "Yemaya" (y IV)

La última estancia de Ernest Hemingway en Cuba se inicia en enero de 1960 y se extiende hasta el verano de ese año. Ha triunfado la revolución contra Batista y el dueño del país lo es ahora Fidel Castro. Hemingway se manifiesta favorablemente con respecto a ese cambio político que aleja del poder al odiado tirano, culpable de la muerte de uno de sus perros favoritos en finca Vigía. Y no duda en recibir los parabienes del nuevo hombre fuerte del país, al que conoce personalmente en una competición de pesca a la altura del Castillo del Morro, que para complacencia de sus aduladores, gana el jefe del gobierno cubano.

El escritor asiste a la celebración de este triunfo con expresión escéptica en su semblante. Y, aunque hubo comentarios de que estaba disgustado por la evidencia del fraude en el veredicto de los jueces de línea, no dijo nada en contra que trascendiera el resultado final de la competición.

Estaba enfermo.

No se encontraba en condiciones de escribir con la precisión, intensidad y sentido común que le caracterizaba, pues su mente había perdido facultades.

Los victoriosos revolucionarios cubanos, enfrentados a la administración norteamericana, no perdían oportunidad para implicarle y sacar partido en beneficio de la causa. Por finca Vigía pasaron todos los intelectuales de izquierda que visitaron La Habana en este período, el agente del KGB enviado por Moscú para evaluar la situación y el Ministro de Exteriores de la Unión Soviética. Hemingway los recibe con amabilidad, brinda y se hace fotografiar con ellos. En el ocaso de su vida sigue produciendo toneladas de información para la prensa escrita, a la que ahora se suma la televisión. Es un showman incombustible que hace de la causa que es su vida cualquier causa, situándose siempre en el centro del huracán.

En ese momento la revolución cubana es popular y sus expectativas formidables. De todo el mundo llegan a La Habana reporteros, espías, artistas, políticos. Los habaneros viven de cara a la calle y todo cuanto ocurre se enfrenta desde un punto de vista colectivo.

De aquellos que se han enfrentado al nuevo régimen y han sido apresados nadie, por el momento, sabe nada. Y apenas saben algo los familiares de fusilados y encarcelados. El resto del pueblo vive al pie de las consignas: "¡PAREDÓN PARA LOS TRAIDORES!" "¡PATRIA O MUERTE!".

El viejo escritor sonríe y los periodistas vuelven a fotografiarle. Después se despide de ellos amistosamente. Toma el avión, se marcha a España. Pero está muy enfermo y decide retornar a América.

El círculo de su vida se cierra.

Ingresa en una prestigiosa clínica donde tratan, sin lograrlo, de aliviar su dolor.

En la clara mañana de un domingo de julio se vuela la tapa de los sesos con una escopeta de dos cañones en su casa de Ketchum.

Es la hora del chupinazo de las fiestas de San Fermín en la ciudad española de Pamplona.



Bibliografía:

1.- "Hemingway en Cuba". Norberto Fuentes. Editorial Letras Cubanas, 1984.
2.- "Un Reportero llamado Hemingway". Norberto Fuentes. Arte y Literatura. 1984.
3.- "Hemingway". Antony Burgers. Salvat. 1987.
4.- "Cuba y Hemingway en el Gran Río Azul". Mary Cruz de Zárate. Ediciones Unión. 1981.
5.- "El Joven Fidel Castro". José Pardo Llada. Plaza y Janes.

Un "Yanqui" en las azules aguas de "Yemaya" (III)

La razón del crimen parece primero que nada una "vendetta"; pero no se puede despreciar la tesis del encontronazo de criterios entre la víctima y sus victimarios: verdaderos cerebros del crimen y presumibles miembros de una banda armada descabezada unos meses antes por los partidarios de Manolo.

El desgraciado incidente ocurrió la noche carnavalera del 22 de febrero de 1948. Hemingway intercaló el sucedido en su cuento: "THE SHOT", traducido y publicado en la revista BOHEMIA el día 6 de mayo de 1951.

"Ha sido acusado falsamente otras veces, pero dice ser amigo de un amigo suyo. Un hombre muerto a tiros en la calle. Un hombre que nunca robó un níquel -cinco céntimos de peso- ni poseía fortuna personal; que había sido magnífico en el backfield del equipo universitario. Un hombre que, al momento de morir, era Director Deportivo de la República. Y nadie ha sido castigado por su muerte.

Ese amigo había tenido, quizá, la mano ligera con el gatillo, pero nunca se supo que matara a quien no debía. Así y todo, cuando lo asesinaron desarmado, solamente llevaba en el bolsillo 35 centavos y no tenía cuenta en banco alguno".

Dice Pardo Llada:

"Hemingway, un admirador de los hombres de acción, tenía simpatía por Manolo Castro que lo visitó muchas veces en su finca de Santa María del Rosario, en unión del español Federico Albarrategui, vecino del escritor, que era socio de Manolo en el negocio de "EL CINECITO".

"Manolo Castro acompañó a Hemingway en algunas pesquerías y juntos almorzaban frecuentemente en un modesto restaurante del pueblo pesquero de Cojímar, a doce kilómetros de La Habana. (Donde Hemingway sitúa a su héroe de "EL VIEJO Y EL MAR").

"Por la muerte de Manolo Castro -testimonia Pardo Llada- fueron detenidas veinte personas, entre ellas Gustavo Ortiz Fáez -acusado como autor directo del atentado- José de Jesús Jinjaume, Justo Fuentes, Armando Correa y Guillermo García -alias Billiken- . Contra Fidel Castro se dictó orden de detención, por declaración de un policía que dijo haberlo visto a media cuadra del lugar del atentado, minutos después del tiroteo.

"Al día siguiente, durante el entierro de Manolo Castro, uno de los incondicionales del dirigente universitario, el sargento de la policía Oscar Fernández Caral, gritaba indignado que Fidel Castro había sido el asesino. En el cementerio, la oración fúnebre estuvo a cargo de dos jóvenes abogados, amigos íntimos de Manolo Castro: Eduardo Corona y Alfredo Yabur. Ambos acusaron por su nombre a Fidel Castro como responsable del asesinato".


(Continuará)