No es como para asombrarse. Desde siempre Finca Vigía había sido un centro de reuniones donde los refugiados españoles se sentían muy a gusto. Y es evidente que, a través de ellos, el escritor recibía información pormenorizada acerca del acontecer político cubano y del comportamiento de las "fuerzas vivas".
Los primeros años de la postguerra no habían alejado todavía el eco del redoble de tambores y las andanzas antisubmarinas de Hemingway -que un día provocaron la hilaridad de los agregados militares de la embajada de su país en La Habana- seguían comentándose en aquellas tertulias.
Los invitados le hacían la pelotilla y el anfitrión, muy complacido en su vanidad, desarrollaba ante ellos, entre jaibol y jaibol, otros planes descabellados para batallas imposibles.
Pero la tormenta estalló cuando Trujillo amenazó con denunciar a Cuba ante el Tribunal Internacional y la prensa cubana se hizo eco de la noticia.
En su edición del día 17 de octubre de 1947, la primera plana del "DIARIO DE LA MARINA" dedicaba cuatro párrafos a reseñar la noticia y otros cinco, a continuación, para referir la presumible participación del escritor norteamericano.
Esta vez, Hemingway, tuvo que huir, dado el tremendo peso que tenía la acusación. Pero es también un error generalizado atribuir aquella operación a una simple maniobra populista del gobierno Auténtico, propuesta por José Manuel Alemán, ministro de educación y aprobada por el Jefe del ejecutivo.
En realidad se trataba de un fabuloso negocio de venta de armas, excedentes en el arsenal norteamericano después de la guerra. Negociación urdida por espabilados especuladores en complicidad con Alemán y la oficialidad al mando del cuerpo expedicionario.
Así que para amenazar a Trujillo, adquirieron armas los organizadores de la invasión con dinero obtenido de los gobiernos antes mencionados. Para defenderse de la agresión, "Chapitas", -que era así como apodaban en Cuba y Santo Domingo a Trujillo- adquirió también armas.
De alguna manera los promotores del incidente consiguieron que el proveedor de ambas partes fuera el mismo. El negocio cerró con ganancias substanciales. Y los políticos de turno rentabilizaron el suceso, que la prensa expuso con todos sus detalles. Tras lo cual, el ejército cubano recibió órdenes de intervenir y desarticular la operación.
Cuatro meses más tarde, cuando la efervescencia de los hechos relacionados con la expedición frustrada por las autoridades en Cayo Confites iban quedando en el olvido que sucede al silencio de la prensa, el asesinato a sangre fría de un hombre del gobierno estremeció a los habaneros.
Manolo Castro del Campo, que se había distinguido como activista político mientras hacía ingeniería en la Universidad de La Habana y ostentó los cargos de Presidente de la Asociación de Estudiantes, así como de la Federación Estudiantil Universitaria, y a la sazón desempeñaba el cargo de Director Nacional de Deportes, fue muerto por una ráfaga de ametralladora a la salida del cine del que era copropietario, "EL CINECITO", situado en la céntrica esquina que hacen las calles San Rafael y Consulado.
Sus asesinos escaparon y nunca fueron identificados, aunque se cursó una investigación y se detuvo a unas veinte personas.
(Continuará)
Los primeros años de la postguerra no habían alejado todavía el eco del redoble de tambores y las andanzas antisubmarinas de Hemingway -que un día provocaron la hilaridad de los agregados militares de la embajada de su país en La Habana- seguían comentándose en aquellas tertulias.
Los invitados le hacían la pelotilla y el anfitrión, muy complacido en su vanidad, desarrollaba ante ellos, entre jaibol y jaibol, otros planes descabellados para batallas imposibles.
Pero la tormenta estalló cuando Trujillo amenazó con denunciar a Cuba ante el Tribunal Internacional y la prensa cubana se hizo eco de la noticia.
En su edición del día 17 de octubre de 1947, la primera plana del "DIARIO DE LA MARINA" dedicaba cuatro párrafos a reseñar la noticia y otros cinco, a continuación, para referir la presumible participación del escritor norteamericano.
Esta vez, Hemingway, tuvo que huir, dado el tremendo peso que tenía la acusación. Pero es también un error generalizado atribuir aquella operación a una simple maniobra populista del gobierno Auténtico, propuesta por José Manuel Alemán, ministro de educación y aprobada por el Jefe del ejecutivo.
En realidad se trataba de un fabuloso negocio de venta de armas, excedentes en el arsenal norteamericano después de la guerra. Negociación urdida por espabilados especuladores en complicidad con Alemán y la oficialidad al mando del cuerpo expedicionario.
Así que para amenazar a Trujillo, adquirieron armas los organizadores de la invasión con dinero obtenido de los gobiernos antes mencionados. Para defenderse de la agresión, "Chapitas", -que era así como apodaban en Cuba y Santo Domingo a Trujillo- adquirió también armas.
De alguna manera los promotores del incidente consiguieron que el proveedor de ambas partes fuera el mismo. El negocio cerró con ganancias substanciales. Y los políticos de turno rentabilizaron el suceso, que la prensa expuso con todos sus detalles. Tras lo cual, el ejército cubano recibió órdenes de intervenir y desarticular la operación.
Cuatro meses más tarde, cuando la efervescencia de los hechos relacionados con la expedición frustrada por las autoridades en Cayo Confites iban quedando en el olvido que sucede al silencio de la prensa, el asesinato a sangre fría de un hombre del gobierno estremeció a los habaneros.
Manolo Castro del Campo, que se había distinguido como activista político mientras hacía ingeniería en la Universidad de La Habana y ostentó los cargos de Presidente de la Asociación de Estudiantes, así como de la Federación Estudiantil Universitaria, y a la sazón desempeñaba el cargo de Director Nacional de Deportes, fue muerto por una ráfaga de ametralladora a la salida del cine del que era copropietario, "EL CINECITO", situado en la céntrica esquina que hacen las calles San Rafael y Consulado.
Sus asesinos escaparon y nunca fueron identificados, aunque se cursó una investigación y se detuvo a unas veinte personas.
(Continuará)