Con y sin comunismo; capitalismo
si desean así llamarlo; engendro diabólico si les parece mejor, los
Castro mantienen a la nación cubana sometida a la santísima paz de
la detención de disidentes, palo y piedra al que se atreva a
públicamente manifestarse en contra del gobierno y oportunidades
para viajar al extranjero para todos aquellos ciudadanos de la
¿República? que se porten bien y cumplan con sus deberes.
De un día para otro, las cosas
han cambiado mucho en Cuba. Han reaparecido la propiedad privada,
el empresariado autónomo, algún que otro pequeño propietario
agrícola y, consecuentemente, una fiscalización en toda regla de
todo lo anteriormente mencionado. La gente puede viajar, según se
dice, pero continúan siendo ellos -los Castro- los que deciden
quienes. Y todos pueden soñar con el hogar de sus sueños.
Como es lógico suponer, las
cabezas pensantes de la Vieja Europa -no tan vieja como China, la
India y Persia, pero mucho más presumida- ocupadas como siempre en
esquilmar hasta el último penique a sus súbditos y reducir a la
obediciencia a los extranjeros que osan pisar su venerable suelo, han
aplaudido las medidas adoptadas por el castrismo, considerándolas
pasos de avance hacia no se sabe dónde -me pregunto estupefacto-.
Y los Castro, que son sabios como lo es el Diablo, amplían sus
reformas copiando lo peor que en materia de leyes y normas legales
rigen o se legislan por aquellos lares. (Así le han venido encima
a los extranjeros y cubanos con doble nacionalidad que residen en la
Isla).
¿Qué es lo que queda del
comunismo en Cuba? Aquel fabuloso proyecto político tan defendido
por los socialdemocratas europeos: ¿Dónde está? ¿Adónde fue?
Para dar respuesta a esa pregunta
y justificar lo injustificable, los Castro continúan cavando
refugios antiatómicos, construyendo hospitales subterráneos y
enterrando centenares de miles de fusiles y parte del cementerio de
armas de la última Guerra Mundial con el que la extinta Unión
Soviética se empeñó en garantizar la supervivencia del régimen.
Se trata de un proyecto faraónico que ha absorbido durante décadas
los esfuerzos de miles de trabajadores de la construcción y todo el
material: cemento, arena, acero y madera disponibles, sin
preocupándose los Castro por todo cuanto concernía a
infraestructuras y programas de construcción de viviendas sociales
en la magnitud que lo requería el crecimiento poblacional. El mismo
enfoque con el que se tratró el abastecimiento de alimentos a la
población y de artículos de primera necesidad. ¡Esto es lo que
queda de comunismo en Cuba! Y, ¡claro está!, los Castro, esa
familia de superdotados que nos regaló la madre naturaleza a los
cubanos para que aprendiéramos, en una sola lección de la historia,
todo aquello que las más antiguas naciones del planeta han
necesitado aprender con muchas y con muchos siglos e incluso milenios
de convivencia social.
Nuestros avances, ¡sin lugar a
dudas!, han sido notables.
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