La última estancia de Ernest Hemingway en Cuba se inicia en enero de 1960 y se extiende hasta el verano de ese año. Ha triunfado la revolución contra Batista y el dueño del país lo es ahora Fidel Castro. Hemingway se manifiesta favorablemente con respecto a ese cambio político que aleja del poder al odiado tirano, culpable de la muerte de uno de sus perros favoritos en finca Vigía. Y no duda en recibir los parabienes del nuevo hombre fuerte del país, al que conoce personalmente en una competición de pesca a la altura del Castillo del Morro, que para complacencia de sus aduladores, gana el jefe del gobierno cubano.
El escritor asiste a la celebración de este triunfo con expresión escéptica en su semblante. Y, aunque hubo comentarios de que estaba disgustado por la evidencia del fraude en el veredicto de los jueces de línea, no dijo nada en contra que trascendiera el resultado final de la competición.
Estaba enfermo.
No se encontraba en condiciones de escribir con la precisión, intensidad y sentido común que le caracterizaba, pues su mente había perdido facultades.
Los victoriosos revolucionarios cubanos, enfrentados a la administración norteamericana, no perdían oportunidad para implicarle y sacar partido en beneficio de la causa. Por finca Vigía pasaron todos los intelectuales de izquierda que visitaron La Habana en este período, el agente del KGB enviado por Moscú para evaluar la situación y el Ministro de Exteriores de la Unión Soviética. Hemingway los recibe con amabilidad, brinda y se hace fotografiar con ellos. En el ocaso de su vida sigue produciendo toneladas de información para la prensa escrita, a la que ahora se suma la televisión. Es un showman incombustible que hace de la causa que es su vida cualquier causa, situándose siempre en el centro del huracán.
En ese momento la revolución cubana es popular y sus expectativas formidables. De todo el mundo llegan a La Habana reporteros, espías, artistas, políticos. Los habaneros viven de cara a la calle y todo cuanto ocurre se enfrenta desde un punto de vista colectivo.
De aquellos que se han enfrentado al nuevo régimen y han sido apresados nadie, por el momento, sabe nada. Y apenas saben algo los familiares de fusilados y encarcelados. El resto del pueblo vive al pie de las consignas: "¡PAREDÓN PARA LOS TRAIDORES!" "¡PATRIA O MUERTE!".
El viejo escritor sonríe y los periodistas vuelven a fotografiarle. Después se despide de ellos amistosamente. Toma el avión, se marcha a España. Pero está muy enfermo y decide retornar a América.
El círculo de su vida se cierra.
Ingresa en una prestigiosa clínica donde tratan, sin lograrlo, de aliviar su dolor.
En la clara mañana de un domingo de julio se vuela la tapa de los sesos con una escopeta de dos cañones en su casa de Ketchum.
Es la hora del chupinazo de las fiestas de San Fermín en la ciudad española de Pamplona.
Bibliografía:
1.- "Hemingway en Cuba". Norberto Fuentes. Editorial Letras Cubanas, 1984.
2.- "Un Reportero llamado Hemingway". Norberto Fuentes. Arte y Literatura. 1984.
3.- "Hemingway". Antony Burgers. Salvat. 1987.
4.- "Cuba y Hemingway en el Gran Río Azul". Mary Cruz de Zárate. Ediciones Unión. 1981.
5.- "El Joven Fidel Castro". José Pardo Llada. Plaza y Janes.
El escritor asiste a la celebración de este triunfo con expresión escéptica en su semblante. Y, aunque hubo comentarios de que estaba disgustado por la evidencia del fraude en el veredicto de los jueces de línea, no dijo nada en contra que trascendiera el resultado final de la competición.
Estaba enfermo.
No se encontraba en condiciones de escribir con la precisión, intensidad y sentido común que le caracterizaba, pues su mente había perdido facultades.
Los victoriosos revolucionarios cubanos, enfrentados a la administración norteamericana, no perdían oportunidad para implicarle y sacar partido en beneficio de la causa. Por finca Vigía pasaron todos los intelectuales de izquierda que visitaron La Habana en este período, el agente del KGB enviado por Moscú para evaluar la situación y el Ministro de Exteriores de la Unión Soviética. Hemingway los recibe con amabilidad, brinda y se hace fotografiar con ellos. En el ocaso de su vida sigue produciendo toneladas de información para la prensa escrita, a la que ahora se suma la televisión. Es un showman incombustible que hace de la causa que es su vida cualquier causa, situándose siempre en el centro del huracán.
En ese momento la revolución cubana es popular y sus expectativas formidables. De todo el mundo llegan a La Habana reporteros, espías, artistas, políticos. Los habaneros viven de cara a la calle y todo cuanto ocurre se enfrenta desde un punto de vista colectivo.
De aquellos que se han enfrentado al nuevo régimen y han sido apresados nadie, por el momento, sabe nada. Y apenas saben algo los familiares de fusilados y encarcelados. El resto del pueblo vive al pie de las consignas: "¡PAREDÓN PARA LOS TRAIDORES!" "¡PATRIA O MUERTE!".
El viejo escritor sonríe y los periodistas vuelven a fotografiarle. Después se despide de ellos amistosamente. Toma el avión, se marcha a España. Pero está muy enfermo y decide retornar a América.
El círculo de su vida se cierra.
Ingresa en una prestigiosa clínica donde tratan, sin lograrlo, de aliviar su dolor.
En la clara mañana de un domingo de julio se vuela la tapa de los sesos con una escopeta de dos cañones en su casa de Ketchum.
Es la hora del chupinazo de las fiestas de San Fermín en la ciudad española de Pamplona.
Bibliografía:
1.- "Hemingway en Cuba". Norberto Fuentes. Editorial Letras Cubanas, 1984.
2.- "Un Reportero llamado Hemingway". Norberto Fuentes. Arte y Literatura. 1984.
3.- "Hemingway". Antony Burgers. Salvat. 1987.
4.- "Cuba y Hemingway en el Gran Río Azul". Mary Cruz de Zárate. Ediciones Unión. 1981.
5.- "El Joven Fidel Castro". José Pardo Llada. Plaza y Janes.
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