"Todo lo hizo Olofi. Todo es de Olofi. Hizo el mundo, los santos, los hombres, los animales, y luego les dijo: Ahora arréglense ustedes".
Fulgencio Batista, el hombre fuerte de Cuba durante dos décadas ha sido juzgado siempre con inaudita severidad, conceptuado causal de todos los males para el país y sus gentes por los siglos de los siglos. En realidad, sin embargo, Fulgencio no fue peor ni mejor que sus predecesores en el cargo de Jefe de Gobierno, sin dejar de considerar que su inmediato sucesor le ha superado en todos los aspectos. En su favor, en cambio, se puede señalar sin interés alguno en justificar su mal proceder que el país que gobernó, por joven en el mundo de las naciones independientes, carecía de la solidez institucional propia de las naciones viejas y de una nacionalidad -cubanidad- integrada e integradora. Presente griego que nos dejó el colonialismo a los cubanos con la carta de independencia: una sociedad estratificada y racista gobernada por una oligarquía criolla afecta a una perversa auto-glorificación.
Batista llega a la presidencia después de Gerardo Machado -el último general histórico y el primer en transformarse en dictador- y la vida política cubana adquiere una nueva dinámica con el activismo de una clase pequeño burguesa emergente, no vinculada al patriciado y estrechamente relacionada con el estamento español remanente, enfrentada a la ilegalidad machadista. Su fulminante ascensión obedece a las necesidades de esta revolución que no puede consolidar su triunfo sin el apoyo de un ejército cuyos suboficiales y soldados -mulatos, negros y guajiros- comparten la misma miseria. Hombre de origen humilde, impureza de sangre, solar desconocido y mediana instrucción, la popularidad entre la tropa del Sargento Jefe del Ejército Revolucionario: Fulgencio Batista y Zaldívar marca, por carambola, un hito en la historia del proceso social cubano y señala un momento crucial en el camino hacia la consolidación de la nacionalidad y la subsecuente estabilización de la vida pública a través del ascenso social de muchos negros y mulatos, que no prosperó por la aparentemente eterna incapacidad cubana para lograr un consenso en ese sentido. Las marujerías de sus patrocinadores, los pentarcas: tan ilustrados como pícaros personajes, lo impulsó a la disidencia. Consejeros tuvo. Había aprendido que el mando del ejército significaba la suma del poder en Cuba.
La tradición oral señala a Sergio Carbó, un destacado periodista vinculado a las fuerzas de izquierda, como promotor de la brillante idea. En una fortaleza de la capital, una asamblea de soldados y sub-oficiales autorizada por el Alto Mando, discutía las necesidades de las tropas para acordar y elevar a la superioridad sus reivindicaciones. Hoy sabemos aquellas demandas no superaban la conveniencia de un nuevo modelo de uniforme, el derecho de los soldados a usar gorra de plato y el cobro de los salarios atrasados. En opinión de Carbó era perfectamente posible, con una simple vuelta de tuerca, transformar aquella asamblea en un levantamiento que, de forma incruenta y fulminante, dada la superioridad que suponían los complotados, se haría con el control absoluto del ejército. Presidía la asamblea el sargento de primera Pablo Rodriguez, actuaba como secretario de actas el sargento taquígrafo Fulgencio Batista. Ambos hombres aceptaron la propuesta de Sergio Carbó.
La historia que referimos se inicia pues el 4 de septiembre de 1933. Ese día, un levantamiento militar comandado por los sargentos Rodriguez y Batista asumió el control de todas las unidades militares en la Isla y dió el golpe definitivo a la dictadura del general Machado. El dictador derrocado escapó a las Bahamas y un gobierno colegiado, en representación de todas las fuerzas y grupos políticos que habían participado en la revolución, asumió la jefatura del gobierno para inmediatamente delegarla en la persona del doctor Ramón Grau San Martín, muy apreciado por los estudiantes universitarios. Fulgencio Batista fue ascendido por los pentarcas a coronel y Pablo Rodriguez asumió la jefatura de las fuerzas armadas nombrado por Don Ramón; pero la suerte estaba echada y el destino de Batista se unía de modo mágico al de la República. Cuatro meses más tarde ya era el hombre más poderoso del país.
La primera esposa de Batista se nombraba Elisa Godínez y ejercía de lavandera cuando el joven matrimonio residía en la calle Tamarindo, en la ruta que fue de los tranvías primero y de las guaguas después. En aquel entonces, Batista era sargento de segunda y completaba sus emolumentos dando clases de taquigrafía en una academia particular que radicaba en la calzada de Jesús del Monte, a la altura de la calle Lagueruela en la barriada de La Víbora. Hasta ese lugar se trasladaba desde su casa todas las tardes en un "tres patás" que de alguna forma había conseguido agenciarse, probablemente durante su destino en la guardia personal del presidente Alfredo Zayas.
El periodista de origen chino Mario Kuchilán, que se interesó en biografiar a Batista después de ingerir contra su voluntad una generosa ración de palmacristi en una estación de policía batistiana, atribuye a Zayas uno de los más presentables sobrenombres que tuvo Fulgencio, el de Soldado Polilla. La ración de palmacristi le fue administrada a Kuchilán por haber publicado en el diario -para el cual trabajaba- un dibujo burlón que llevaba por título: "Él iza la bandera". Lo de Soldado Polilla le fue adjudicado a Batista porque el presidente Zayas lo sorprendió más de una vez leyendo durante el cumplimiento de sus guardias y eso le pareció encomiable.
Otros sobrenombres tuvo, antes y después de haberse elevado al trono de Cuba. Entre los primeros figuran el de Nemo o Memo y el de Mulato Lindo, con el cual le bautizaron sus compañeros en las fuerzas armadas. Después del triunfo de la revolución contra Machado recibió el ostentoso calificativo de: "Este es el Hombre", o "El Hombre". Una sentencia debida al sabio cubano Don Fernando Ortiz que, en una ocasión dijo: "Lo que Cuba necesita es un Hombre". Y por último, ya en años de su dictadura, relativo a su aspecto físico y a su localidad de nacimiento, Banes, donde se habían realizado notables descubrimientos arqueológicos precolombinos le salió el de "Indio", o "El Indio". Divulgándose entre la población la leyenda de un indio, "un ser", que se manifestaba periódicamente y velaba por su salud y seguridad.
El segundo matrimonio del Honorable Presidente de la República, Mayor General Fulgencio Batista Zaldívar lo fue con Martha Fernández Miranda, una muchacha de elevada estatura a la que conoció después de atropellarla con su coche en la Quinta Avenida. Un encuentro fortuito y brutal. Martha paseaba en bicicleta, el chofer de Batista no pudo evitar la colisión. Y el general pretendió superar tal desastre presentándose en el hospital donde se recuperaba la chica con un ramo de flores. Al poco tiempo hubo boda y campanas al vuelo.
Para la sencilla Martha Fernández Miranda la vida adquirió, a partir de entonces, una enorme gama de satisfacciones. De un plumazo, pasó a ser la Primera Dama de la República y sus aduladores comenzaron a llamarla Martha del Pueblo. A su marido lo trató siempre de General, al menos en público, y su actividad personal fue discreta y más bien vuelta hacia el interior de su propio ámbito, como una mujer árabe que camina por la calle detrás y a una cierta distancia del padre de sus hijos. Separarse legalmente de Elisa fue para Batista una verdadera pesadilla, pues tenían ambos una hija en común con problemas mentales y Elisa le pasó factura por sus sacrificios anteriores. Pero al Hombre no se le negaba nada en aquella isla de aventura y ensueño.
En sólo cien días, el gobierno presidido por Don Ramón Grau imprimió un impulso decisivo al proceso social cubano, hasta entonces aletargado en el espíritu de sus instituciones mediatizadas. Integrado por personalidades de las más diversas tendencias ideológicas, entre las cuales prevalecían izquierdistas y nacionalistas, el gobierno de Don Ramón redactaba y aprobaba, una tras otra, disposiciones y decretos que revolucionaban la vida en la Isla.
Así quedó sin efectos la Constitución de 1901, redactada a instancias del gobierno interventor norteamericano sobre la base y el modelo de la Constitución de las Estados Unidos de América y fue promulgada la ley del 50% que obligó a los empresarios a contratar una mitad de la plantilla de trabajadores cubanos, algo que, asombrosamente, no sucedía. Decretos sobre las condiciones de pago para proteger a las familias arruinadas y una ley de Usura que establecía el máximo interés a pagar por un préstamo en el 12%. El reconocimiento de los derechos electorales de la mujer. Y la autonomía universitaria, un reclamo de los estudiantes.
Del Ministro de Gobernación de Grau, Antonio Guiteras Holmes, comentaba el pueblo que dormía con la estilográfica y los folios vírgenes al alcance de la mano y que, a la manera de los poetas surrealistas, tomaba notas a medianoche de las ideas que, para nuevas leyes, se le ocurrían en la vigilia. A él se debe el proyecto para la nacionalización de la empresa eléctrica con el objeto de abaratar el servicio a la población.
Era Guiteras un hombre insertado en su tiempo, y sus avanzadas ideas sostenían un discurso de singular equilibrio entre las propias al socialismo -evitando caer en la órbita soviética- y el nacionalismo de extrema derecha, de moda entonces en Europa y representado por la organización revolucionaria primero y partido político después, ABC, que luchó con inaudita ferocidad contra la dictadura de Machado y, tras el triunfo se radicalizó, creando los destacamentos paramilitares Camisas Verdes, en el estilo de sus congéneres de Italia, Alemania y España. Consecuentemente, la organización que creó y dirigió hasta su muerte, "La Joven Cuba", actuó sobre una plataforma que sintetizaba elementos de los más radicales programas, comunistas, socialistas y nacionalistas.
La urgencia de Guiteras trataba de minimizar la capacidad de reacción de las fuerzas conservadoras que él sabía, y así sucedió, saldrían a la palestra a defender sus intereses amenazados. Desde la Embajada de los Estados Unidos de América se había dado la voz de alarma y un buque de guerra de ese país entró y ancló en la bahía de la capital de la Isla amparado en la Enmienda Platt y desafiando la autoridad del gobierno cubano. Entrevistado por un periodista norteamericano -refiere Mongo Grau, sobrino del presidente- , Don Ramón no suavizó su lenguaje respondió a la pregunta: "¿Qué haría si desembarcaba la infantería de marina?" en los siguientes términos: "Exactamente lo que el presidente de los Estados Unidos si un ejército extranjero desembarcaba en su país".
El caso quedó entonces visto para sentencia y, una semana más tarde, los tanques de Batista rodearon el Palacio Presidencial. La familia Grau se acogió al asilo político que la brindó la embajada de Méjico y un gobierno militar encubierto en la representatividad de una sucesión de presidentes sin voz ni voto gobernaría la Isla desde aquel momento hasta 1940.
Las reformas decretadas por el gobierno Grau quedaron detenidas en el tiempo y los más representativos luchadores de la causa nacionalista partieron al exilio, tras el fracaso de una huelga general reprimida con violencia. Antonio Guiteras murió en un enfrentamiento a tiros con las fuerzas del nuevo régimen cuando pretendía abandonar la Isla clandestinamente, en una embarcación.
(Continuará...)
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