Mientras Ucrania y Venezuela arden en la lucha de sus
pueblos por las libertades, acorralando a sus respectivos dictadores
hasta de punto de obligarle a huir (en el caso ucraniano) y de poner
a buen recaudo sus caudales (como ya lo ha hecho el de Venezuela
enviando a sus hijos a Buenos Aires bien cargados de oro y plata),
la Unión Europea se propone revisar sus relaciones políticas y
comerciales con el castrismo.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Porque esto, o es obra del
mismísimo demonio Lucifer o tiene una explicación tan difícil de
comprender para los simples mortales que somos nosotros (el pueblo es
necio) que supera los límites percibibles de una elaborada
estrategia de palo y zanahoria al más alto nivel. Y aun cuando es
perfectamente visible un desaforado interés español por dotar de
paracaídas al régimen de los hermanos Castro, para soportar de la
mejor manera lo que llegue detrás de estos veinticinco años de
colaboración y complicidad a todo trapo con el castrismo, caídos
en la trampa que decían públicamente pretendían con las
inversiones que -según estos benefactores del pueblo cubano-
condicionarían su comportamiento y le obligarían a soltar lastre,
abriendo un espacio al ejercicio de las libertades.
No hay que decir que los Castro aceptaron el reto.
Pero los que quedaron aprisionados fueron los "benefactores",
que ante el terror a perder lo todo ante un nuevo régimen de
justicia y legalidad en Cuba (un Estado de Derecho) como ese mismo
del que tanto presumen tienen en su propio país), los negocios a
partir de la ilegalidad presumible de ser reivindicada en el
inevitable período posterior al castrismo, puedan altar por los
aires, todos, de un sólo tirón.
La sombra terrorífica de la ley Helms-Burton y de
las leyes que razonablemente irán apareciendo en la jurisprudencia
cubana del inmediato futuro en atención a las circunstancias del
momento en cuestión, aterrorizan a estos "benefactores del
pueblo cubano" que suelen jactarse en público de haber creado
empleos (¿se referirán a la prostitución?) y edificando decenas de
centenares de centros de trabajo (en las tierras y en las
propiedades que históricamente eran y son de otros).
Para no continuar dorando la perdiz nos bastaría
decir que: Se han hundido hasta tal punto en estos lodos que el mal
olor que despiden se detecta a muchas millas de distancia; pero
suele ser un defecto de los ambiciosos olvidar que, a cada santo, le
llega su día.
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