A todo lo largo de siglo XIX cubano, cuando ya la esclavitud como institución había caído en el descrédito moral absoluto y la desvalorización como sistema económico, los novelistas cubanos son incapaces de escapar a estas preocupaciones, y así lo reflejan en obras que sacaban a la luz las pesadillas que obsesionaban a la clase dominante. Tal como sucedió en Brasil, la abolición de la esclavitud en Cuba estaba supeditada a un re-acondicionamiento de los capitales invertidos en esclavos. Estas motivaciones, sin embargo, no aclaran la ausencia de una novela cubana de la guerra de independencia que, a lo largo de tres décadas, conmocionó al país. Curiosamente, las únicas dos novelas de la guerra, escritas por el mismo autor, se publicaron después de conseguida la independencia y lo fueron: “Leonela” y “La Manigüa Sentimental” de Nicolás Heredia, que vieron la luz en La Habana entre la primera y segunda décadas del siglo XX.
Lo que sigue a continuación es una marcha de la novela al compás de los acontecimientos políticos y sociales: la inmigración española de post-guerra, estimulada por los gobiernos criollos que todavía influenciados por las preocupaciones del siglo anterior pretenden, a toda costa, “blanquear la Isla” inyectándole sangre española y europeas. Es el turno de Ramón Meza y de su obra:: “Mi Tío el Empleado”, a la que sigue otra muy significativa del villareño Carlos Loveira: “Generales y Doctores”, texto paradigma por tratarse de la primera novela que entra de lleno en el contexto describiendo los desagradables entresijos que se esconden detrás de las actividades políticas.
En “Contrabando” y “Aleta de Tiburón”, de Enrique Serpa, amigo y compañero de copas de Ernest Hemingway, quedó registrado el ambiente que, en torno a la Ley Seca, se creó en una ciudad de La Habana, bien provisto almacén y centro de abastecimiento para los sedientos norteamericanos. La mujer, que había entrado de lleno en la palestra con el derecho al voto de manos de las feministas, fue tratada a dos bandas por Miguel Carrión en su dueto: “Las Honradas” y “Las Impuras” y la revolución que derriba la Primera Dictadura de la República es descrita por Lino Novás Calvo en su trabajo: “Esto también es gritar”.
Alejo Carpentier y José Lezama Lima se constituyen colofón a siglo y medio de novela en Cuba. Con Carpentier tocando todos los temas -la excepción vuelve a ser la guerra de independencia- es que puede hablarse, por primera vez, de una novelística, obra de un único autor, en nuestro país; pero Lezama, que escribe una sola: “Paradiso”, no deja por ello de situarse y de situar nuestra literatura al más alto nivel mundial. Este es el legado en novela que nos dejó la Cuba pre-castrista. En el medio siglo transcurrido a posteriori sólo puede hablarse de novelas escritas en el exilio, más o menos logradas; pero todas siempre gravitando alrededor del autoritarismo excluyente y coactivo. Zoé Valdés ha devenido nuestra Prima Donna. “La Nada Cotidiana” ha sido un mazazo al castrismo entre ceja y ceja. Severo Sarduy nos dejó: “Gentes”que, en una primera edición imprimió Seix Barral y se vendió en La Habana de los años sesenta y el más ambicioso, literariamente hablando, Guillermo Cabrera Infante, su “Vista de un amanecer en el Trópico y sus “Tres Tristes Tigres”, en medio de un trabajo monumental de ensayos y artículos periodísticos que engordan volúmenes.
¿ Y, en la Isla, qué ? Pues, nada o muy poco se puede conseguir en medio de tanta censura solapada, de tanto espía, de tanto incompetente detentando cargos de gobierno, de tanto servilismo, de tanta desvergüenza gratuita. Si el país está perdido, si se perdió la nación cubana: ¿Cómo vamos a esperar por alguien que, en medio de semejante desparpajo, se dedique a escribir buenas novelas y además se empeñe en rescatar el anecdotario de nuestro glorioso siglo XIX hoy más lejano que nunca? El hecho refleja como ningún otro el mal congénito que arrastra desde siempre la República de Cuba. Una república que nació distrófica, segregacionista y, por consiguiente desnaturalizada, en ningún caso organizada por tecnócratas -algo que si pretendió el gobierno interventor norteamericano- sino víctima de su invalides y atrapada en las garras de zafios militarotes y doctores de pacotilla. Y es así como hemos llegado los cubanos al siglo XXI, más extraños a nuestro propio país que a cualquier otro; más desnaturalizados que nunca; inmersos en una inmoralidad sin precedentes. Lo que queda por venir es absolutamente imprevisible, la descomposición de la sociedad ha alcanzado cotas inaccesibles. Un triste destino que supera los límites de la comprensión humana.
Lo que sigue a continuación es una marcha de la novela al compás de los acontecimientos políticos y sociales: la inmigración española de post-guerra, estimulada por los gobiernos criollos que todavía influenciados por las preocupaciones del siglo anterior pretenden, a toda costa, “blanquear la Isla” inyectándole sangre española y europeas. Es el turno de Ramón Meza y de su obra:: “Mi Tío el Empleado”, a la que sigue otra muy significativa del villareño Carlos Loveira: “Generales y Doctores”, texto paradigma por tratarse de la primera novela que entra de lleno en el contexto describiendo los desagradables entresijos que se esconden detrás de las actividades políticas.
En “Contrabando” y “Aleta de Tiburón”, de Enrique Serpa, amigo y compañero de copas de Ernest Hemingway, quedó registrado el ambiente que, en torno a la Ley Seca, se creó en una ciudad de La Habana, bien provisto almacén y centro de abastecimiento para los sedientos norteamericanos. La mujer, que había entrado de lleno en la palestra con el derecho al voto de manos de las feministas, fue tratada a dos bandas por Miguel Carrión en su dueto: “Las Honradas” y “Las Impuras” y la revolución que derriba la Primera Dictadura de la República es descrita por Lino Novás Calvo en su trabajo: “Esto también es gritar”.
Alejo Carpentier y José Lezama Lima se constituyen colofón a siglo y medio de novela en Cuba. Con Carpentier tocando todos los temas -la excepción vuelve a ser la guerra de independencia- es que puede hablarse, por primera vez, de una novelística, obra de un único autor, en nuestro país; pero Lezama, que escribe una sola: “Paradiso”, no deja por ello de situarse y de situar nuestra literatura al más alto nivel mundial. Este es el legado en novela que nos dejó la Cuba pre-castrista. En el medio siglo transcurrido a posteriori sólo puede hablarse de novelas escritas en el exilio, más o menos logradas; pero todas siempre gravitando alrededor del autoritarismo excluyente y coactivo. Zoé Valdés ha devenido nuestra Prima Donna. “La Nada Cotidiana” ha sido un mazazo al castrismo entre ceja y ceja. Severo Sarduy nos dejó: “Gentes”que, en una primera edición imprimió Seix Barral y se vendió en La Habana de los años sesenta y el más ambicioso, literariamente hablando, Guillermo Cabrera Infante, su “Vista de un amanecer en el Trópico y sus “Tres Tristes Tigres”, en medio de un trabajo monumental de ensayos y artículos periodísticos que engordan volúmenes.
¿ Y, en la Isla, qué ? Pues, nada o muy poco se puede conseguir en medio de tanta censura solapada, de tanto espía, de tanto incompetente detentando cargos de gobierno, de tanto servilismo, de tanta desvergüenza gratuita. Si el país está perdido, si se perdió la nación cubana: ¿Cómo vamos a esperar por alguien que, en medio de semejante desparpajo, se dedique a escribir buenas novelas y además se empeñe en rescatar el anecdotario de nuestro glorioso siglo XIX hoy más lejano que nunca? El hecho refleja como ningún otro el mal congénito que arrastra desde siempre la República de Cuba. Una república que nació distrófica, segregacionista y, por consiguiente desnaturalizada, en ningún caso organizada por tecnócratas -algo que si pretendió el gobierno interventor norteamericano- sino víctima de su invalides y atrapada en las garras de zafios militarotes y doctores de pacotilla. Y es así como hemos llegado los cubanos al siglo XXI, más extraños a nuestro propio país que a cualquier otro; más desnaturalizados que nunca; inmersos en una inmoralidad sin precedentes. Lo que queda por venir es absolutamente imprevisible, la descomposición de la sociedad ha alcanzado cotas inaccesibles. Un triste destino que supera los límites de la comprensión humana.
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