Me ha salido un amigo comunista -algo
que sólo es posible en democraciato- enclavado no sé en cuales
años, que sigue confundiendo castrismo con comunismo y aferrado a
que el desastre que hoy es Cuba representa un grandioso triunfo sobre
el Imperialismo Yanqui. Fanáticos abundan en todas las sectas,
plantados en siete y media en sus planteamientos. Incorregibles,
incapaces de reconocer las diferencias que puedan existir o existan
entre un mamut y un elefante. Mi amigo comunista es un buen hombre,
servicial y amigo de sus amigos; pero este es su comportamiento en
democracia y, tendríamos que ver como se comportaría en una
sociedad donde imperara el régimen que adora. Mi amigo comunista es
europeo, pero añora y desearía vivir en la Cuba de los hermanos
Castro. Probablemente porque lo que añora en realidad son las
cubanas: jóvenes, guapas, fáciles y decididas. Tengo que decir que
a mi amigo ya le van cayendo los años y, parece ser que, con ellos,
unas ansias de vivir e insuperables deseos de beber la última copa
antes de rendirle cuentas a la naturaleza (¡Que es ateo, coño!,
materialista dialéctico!).
Y así resulta que, después de un
superficial razonamiento, he llegado a la conclusión de que, mi
amigo, ha terminado por confundir política con sexo y coitos con
consignas revolucionarias. Por esta regla de tres, todo buen culo de
hembra cubana debe ser considerado un producto de la revolución y,
por consiguiente, no queda más remedio que rendirse a la evidencia:
¡La obra de la revolución cubana es fenomenal!.
¿Cómo, entonces, convencerle de lo
contrario?
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