Está cantado: La crisis actual en la euro-zona no solamente significa la des-articulación de un complejo financiero de primera magnitud, sino, además, la re-colocación en su sitio de ese pseudo-continente que mangoneó a todo el mundo durante los últimos quinientos años, imponiendo a los demás sus costumbres, sus valores, sus idiomas ( cultura e historia a su imagen y semejanza), sus religiones y el comportamiento social que mejor se avenía a sus intereses. Un conjunto de elementos que fundió la sólida base sobre la que se erigió el complejo de superioridad europeo; esa patología que en estas circunstancias, tan dramáticas para ellos, les impide orientarse en la tormenta y les mueve a continuar fantaseando y pretendiendo hacer creer a los demás que conseguirán evitar la catástrofe.
La situación a dado pie a múltiples disertaciones eruditas y machaconas discusiones bizantinas; pero no hay que ser, precisamente, un genio, para comprender lo que está sucediendo. Tampoco se hace necesario resucitar a Adams Smith, rememorar a Carlos Marx, o contratar la fértil e imaginativa pluma de Levy Strauss para que nos rellene tres páginas de periódico en hebreo: porque hasta el más ingenuo labriego de Nueva Caledonia, puesto sobre los antecedentes, comprendería la situación.
El sistema colonial desapareció oficialmente en el transcurso de la octava década del siglo pasado. Esa década también nos trajo la des-articulación y posterior desaparición de la Unión Soviética. La paz ecuménica, por una vez en la vida, parecía hacerse realidad. Pero para la economía de Occidente (entendiéndose como tal el grupo de países que conforman la Europa del Oeste, la América Inglesa y la Comunidad Británica) todo esto se traducía en un brutal frenazo económico que, en primer lugar afectaba al dispositivo que existió hasta entonces de defensa estratégica
y, por consiguiente, a la industria del armamento, y no solamente por la ausencia súbita de una justificación de peligro inmediato, sino por la desaparición de una clientela hasta entonces entusiasmada. Porque, para las oligarquías surgidas con las naciones emergentes, los presupuestos ahora eran otros, muy distantes en todos los sentidos a los que detentaron las satrapías anteriores.
Pero si rusos y yanquis quedaron muy tocados con aquel violento giro de las circunstancias, la tierra de nadie que lo fué hasta entonces la Europa del Oeste quedó como el niño al que arrebatan de las manos el trozo de pastel de manzana que acababa de entregarle su abuelita. Así que se echó inmediatamente manos al proyecto de alcance limitado que promovió en su momento aquel buen-nazi que lo fue Konrad Adenauer (que un nazi también puede tener buenas ideas) , amoldándole por aquí y alargándole por allá. Así nació la Unión Europea. Proyecto para un Estado multinacional sin lengua franca y sin cuerpo legal universal, soldado únicamente por dos factores, la tez blanca de sus súbditos-ciudadanos y la moneda única: el euro, nuestro protagonista.
Pero todo marchaba bien, a pesar de las dificultades, hasta que los bárbaros pretendieron cumplimentar el sueño germánico de toda la vida y, superando el limes, consiguieron meter dentro de la Nueva Europa a sus ancestrales adversarios del mundo latino. Para los bárbaros fue la materialización de un sueño largamente añorado (desde el lejano siglo V d.c.) los pueblos del interior del Imperio Romano otra vez sometidos; esta vez por el oro de Odín, (o sea: el euro).
Lo que vino después fue la apoteosis. George Bush Jr. y Candy Rice, con un reducido equipo de diplomáticos, consiguieron el triunfo donde fracasó Napoleón y fueron aniquilados los ejércitos pánzer enviados por Adolfo Hitler . La frontera penetró, desde el Oeste, en el Este, situando sus lindes frente al mismísimo Norte de Rusia y amenazando con pasar sobre Ucrania transformada, de un día para potro, en tierra de nadie al arbitrio electoral de una democracia recién nacida y sin precedentes. Polonia, los antiguos territorios del Imperio Austro-Húngaro, los Balcanes y hasta la mismísima Grecia volvían -no se sabe todavía dónde estuvieron- a la Europa de nuevo formato.
. Este fue el regalo griego -nunca quedó mejor puesta la frase- que hizo el amigo americano a la Nueva Europa
¿Pero,estaban los países fundadores en condiciones de recibir este impacto? Para refundirse con su hermana del Este, Alemania necesitó veinte años. ¿Estaban rumanos, búlgaros, checos, eslovacos, polacos y todos los demás listos para re-acondicionar sus medios de producción y sus fuerzas productivas al nivel que imponía la nueva situación? ¿Cuánto tiempo necesitaban para conseguirlo? ¿Cuánto iba a costar el desarrollo de este programa de integración?
No le demos más vueltas al asunto. Debemos asumir que, el proyecto para la nueva Europa, ha resultado un gran fiasco.
jueves, 11 de abril de 2013
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